El reloj del celular marcaba las dos y media de la mañana de
un martes pero ¿Qué importaba el horario?
Era verano, esa época en donde todos los jóvenes son libres de hacer lo que
quieren con la absurda excusa de "ya fue, es verano". Todos se
acuestan pasadas las tres y se levantan pasadas las doce del mediodía. El
brillo del dispositivo móvil encandilaba a Rama, quien estaba en posición fetal
en la cama hacía más o menos unas tres horas y no tenía planes de moverse ni
para ir al baño. Abierta tenía una conversación de Whatsapp en la cual hablaba
con una mujer que no conocía y que probablemente ni la fuese a conocer.
Rama no era un tipo feo ni mucho menos. Cumplía los estándares de belleza masculina
de la sociedad adolescente con bastante rigidez. Era morocho, rondaba el metro
ochenta, ojos marrones tirando a verdes, iba religiosamente al gimnasio casi
todos los días, tenía buena parla y era buen amigo. Rama sabía cómo ganar
mujeres, era todo un Don Juan. Todas eran un objetivo y una probable presa, él
era el león acechando para atacar en cualquier momento. Logró salir con muchísimas
mujeres, conquistaba con fuertes golpes a la batería, con su lengua picante
pero medida, sabía cada truco, sabía cómo conquistar. Pero hay algo que nunca
pudo tener, nunca tuvo un amor. Mil mujeres y ninguna por la que él se juegue y
cuando se la jugó realmente las cosas le salieron mal. La chica de la charla
banal, aburrida y virtual } era solo una de la veintena de símiles que tuvo en
lo poco que iba del verano.
Mientras Rama estaba matando el aburrimiento en ese
encuentro virtual, Victoria estaba en algún lugar de la Costa Atlántica. El
vodka le hacía difícil distinguir si estaba en Mar del Plata, Gesell, Pinamar,
Las Toninas, las islas Seychelles o Neptuno.
Como toda esa quincena estaba en un boliche de vacaciones al que había
pasado gracias a la política sexista de que las mujeres pasaban gratis (ella
discrepaba pero cuando hay guita de por medio los ideales desaparecen para
ella). Ella era una chica hermosa: morocha, ojos azules, pecas y un cuerpo de
modelo. Ella era una asesina a sueldo con su mirada, tanto intimidaba que
algunos ni se le animaban a hablarle por miedo a un inminente fracaso rotundo.
A sus dieciocho años tuvo varios novios que nunca amó, mucho sexo barato y
frío, besos secos, nunca tuvo un amor correspondido. Lo que ella buscaba en esa
petaca, en esos labios fríos de un desconocido, en esas tristes sabanas de
hotel de Pinamar era simplemente los labios de Rama, los labios de su mejor
amigo en ella. 16 años de su vida lo tuvo a su lado. Compartió miles de experiencias
pero nunca, jamás se atrevió a desnudar su corazón ante él y mostrarle aquel
fuego interno que sentía.
Rama había ganado, muchas veces pero ninguna victoria se
asemeja a celebrar un campeonato. Así se veía él. Ganó muchos partidos: algunos
de ellos muy chivos, de visitante y con uno menos pero nunca pudo alzar la copa
del amor. Tanta victoria insulsa y tal fracaso de sus objetivos hizo que él ya
no tenga mucha fe. Él repetía, equivocadamente, que las minas solo lo querían
hacer sufrir. Creía en el chamuyo como estilo de vida. Adquirió multiples
facetas pero, para bien de él, nunca olvidó su raíz, su personalidad original.
Para él, la versión beta del amor era una resultante de distintas
probabilidades. Era matemática, era marketing, era puntualidad, era una
estrategia, no sea cosa de mandar a tus soldados en invierno a Rusia. Él creía
que la conquista era pensada, no improvisada.
Victoria usaba a los hombres a su conveniencia. Ella sabía
el poder de sus ojos y de sus curvas. Ella sabía que con solo chasquear los
dedos cual propaganda de Paco Rabanne tenía a su merced lo que ella desee: y
más en las fiestas. Alcohol, cigarros, un beso, una charla, un abrazo, compañía
nocturna, todo lo podía lograr gracias a su manipulación. Ella sabía que era la
manzana más codiciada del condado y decidió jugar un juego cruel: el juego del
amor falso. Besaba sin sentido, solo inflaba su ego, solo buscaba que Rama
caiga a sus pies. Algún día él caería de
la palmera y se enteraría que ella lo había estado esperando. Ella era la
leona, no él. Ella era la que estaba acechando, no él. El cazador tenía que ser
cazado y qué mejor que una cazadora experta y drogada de amor. Nunca se había animado a nada. Sabía que la
amistad se iba a ir toda al mismísimo diablo. No era un precio que ella
quisiese pagar.
Ya habían pasado quince días más o menos de aquella noche
costera para Victoria y de aquella charla virtual para Rama. Era 13 de febrero.
Un día antes del día de los enamorados, se dice que existe el día anti-amor.
Ese 13 recuerda a todos aquellos que quedaron fuera del sistema amoroso: sea
por decisión propia o por una cuestión completamente injusta de la vida o de
una búsqueda que no hallaba resultados. Aquellos que despotrican al amor, se
mueren por sentirlo y es así como se reputaban Rama y Victoria.
Se dice que en la ciudad de Las Vegas en el estado de Nevada
todo lo que pasa se queda allí. En el verano se dice que todo vale pero el
verano no tiene la misma propiedad que tiene esa ciudad de apuestas, noche y
cabarets. No señor, lo que pasa en el verano no queda en el verano. Cada acto
tiene su consecuencia, no hay estación del año que ampare esa excusa. Los
amigos de Rama y él decidieron ir a una fiesta por el 13 de febrero. El mismísimo
Ramiro se había encargado de todo, organizó y se fijó quienes iban. Si, había
presas. El cazador estaba de vuelta en su búsqueda.
Victoria no tenía ganas de salir y eso se debía
principalmente a la confirmación de presencia de Rama. Ella no disfrutaba del espectáculo
de Rama cazando gente que no era ella. No concebía que él no esté en su órbita.
Tenía que tomar una decisión, se hartó, no podía amar más en silencio. Era esa
noche. A todo o nada. Gane la casa o que salte la banca.
La fiesta era en la casa de Valentina, cuyos padres estaban
en Cancún y debido a la excusa absurda del verano puso casa para más de cien
invitados. Era un patio enorme, pileta, con un parlante sonando un reggaetón a
todo volumen, comida y muchísimo alcohol.
Eran ya casi las tres de la mañana. Los tragos hacían que la
gente se desinhiba. Muy pocos no estaban bajo los efectos traicioneros y
malditos del escabio. Rama estaba bailando en el medio del jardín cuando
Victoria fue corriendo hacia él. Ahí estaban, a un paso de distancia, ambos
podían oler el perfume del otro, podían sentir la respiración y las
corazonadas. El aire se cortaba con Gillette. Apenas se vieron, se saludaron y
Victoria cerró sus ojos, se puso de puntas de pie y trató de besarlo, trató de
averiguar si sabían cómo ella lo predecía o mejor.
No se lo vio venir. El zarpazo vino cuando ella estaba
entregada a merced del destino, ya no había vuelta atrás. Y esta vez Victoria
no lo logró, esta vez Victoria salió goleada, esta vez no alcanzaron los ojos,
no alcanzaron las curvas, no alcanzó la insinuación. Rama estaba a medio metro
a los besos apasionados con Valentina. Maldijo a todo el mundo, miró al cielo e
irrumpió en llanto. Esquivo a los púberes que solo querían su boca, paró un
taxi y en él se puso a escribir en sus notas.
“Lo que pasó hoy fue
una demostración de amor, quizá la única verdadera que haya hecho en mi vida
entera. He cometido millares de errores, he salido con imberbes pero solo para olvidar que te amo a
vos. Toda esta parafernalia es porque vos sos mi obsesión, sos vos con quien
quiero estar. Así que si me querés también te espero en el banco de la plaza de
Nuñez a las dos en punto” Se secó las
lágrimas, se lo envió a Rama y terminó de tramar su plan. Esto no quedaría así.
Rama llegó a su casa y apenas pudo leyó el mensaje. No
recordaba haberla rechazado. Maldijo al fernet, maldijo a Valentina y a sí
mismo. ¿Qué quería? ¿Y si de verdad le gustaba Victoria? Era un buen partido.
Era una buena tipa, hermosa y quizá era la indicada pero ¿Y si no? ¿Otra vez
sopa? Amaneció ahogado en sus propios pensamientos y en una resaca terrible.
Era un dia crucial en su vida y hoy había que decretar un fallo. Victoria si o
Victoria no. Como lo ha dicho The Clash: Should
I stay o should I go?
El reloj en su muñeca marcaba las dos menos cuarto de la
tarde. Cada minuto duraba lo que dura una eternidad. La plaza era a pocas
cuadras, así que tenía mucho tiempo para decidir. Ir o quedarse, jugársela o
renunciar. Tomó un sorbo grande de agua y abrió la puerta. Ya no había vuelta
atrás. Ya que estaba en la cancha debía jugar el partido. Cada paso era lento.
La decisión estaba tomada pero dudaba. Solo avanzaba por pura inercia. Quería
volver pero caminaba porque su corazón: atrofiado de tan poco uso se había
despertado. Él sabía que tenía que ir a esa puta plaza y darle un beso gigante
a Victoria. Hoy era el principio, hoy era el primer día del resto de su vida
Llegó a la plaza de Ramallo y Cuba y la miró. El reloj
marcaba las 14 horas en punto. Victoria debía estar en el banco del otro lado
de los arbustos. Medio confundido pero convencido que esto era lo mejor
caminaba hacia ese maldito banco. Es en ese momento que una bola de papel
proveniente de los arbustos lo golpeó en la cabeza. La desdobló y observó que
había una nota bien grande en labial rojo que profesaba:
“Querido, el tren solo pasa una sola vez en la vida. Tanto
tiempo cazada, hoy me toca ser la cazadora. Game over. La búsqueda terminó. Soy
yo pero no puedo. Sorry” Victoria
Incrédulo levantó el papel y vio a Victoria a los besos con
otro
Ignacio Leiva, 30 de diciembre de 2016 (basado en un texto
del 29 de enero de este año)