jueves, 30 de marzo de 2017

El tren de las seis y veintidós

Temperley

La rutina nos mata. ¿Cuántas veces uno repite eso? Pero hay veces que la rutina pasa a ser un motivo para seguir viviendo y cuando esta desaparece todo el mundo se va al carajo. El reloj del celular de Gastón marca con puntualidad las seis y veintidós de la mañana y el tren eléctrico con destino a Plaza Constitución está a punto de llegar a la Estación Temperley como todos los días. El cielo bien celeste ilumina el sur del Conurbano bonaerense. Hace calor para lo que es una mañana estival pero poco importa.  Gastón meticulosamente mide y espera en la segunda puerta del quinto vagón. Cada día de su secundaria había hecho eso. No concebía tomarse otro tren. No podía y menos hoy en su último día. Eligió el sexto asiento de dos y por suerte estaban ambos vacíos cuando el tren zarpó con dirección a Capital. Era ese día. El plan estaba en marcha.

Lomas de Zamora

El tren continuaba en su andar y de fondo se logran observar las casas del centro de Lomas, hoy convertidos en edificios nuevos. El cielo lentamente mutaba a un color rojizo con mil rayitas en el aire de manera trasversal. Tres minutos separan ambas localidades. Tres minutos por vivir que son como una eternidad. Tres minutos de expectativa. ¿Hoy justo se iba a romper el acuerdo tácito que había? ¿Hoy iba a ser un día de mala suerte? ¿Hoy? Gastón chequeó su uniforme de manera pulcra: su buzo estaba en perfectas condiciones, su camisa blanca y planchada, su corbata alineada y prolija. Pelo limpio, buen aliento. Hoy no se podía perder. Ganen o balas.

Se sintió el freno clavado cuando se observaba el cartel que decía clarito en qué estación se está. Ahí logró divisarla. Tan linda como en estos últimos cinco años. Su uniforme de escuela privada del barrio de Palermo le resaltaba una belleza naif. Pasional como sútil querido Santi. Ella lo vio a través del vidrio del tren que frenaba y levantó su brazo y le hizo una seña para que le guardara el asiento. Kick-off. Partido y a jugar. Entró a la formación y rápidamente Atenas se sentó a su lado pecheando gente. The final countdown begins

Banfield

El color del paisaje se fue transformando en un verde y blanco permanente grafiteado en las paredes de las casas lindantes a las vías. Hogar de Sandro, hogar de Cortázar y de Garrafa. Usted Banfield ha sido testigo del principio del fin o el fin del principio. Poco importa. Todo en dos minutos. Y estos no se vendieron al barrio de Lanús y jamás estos dos minutos faltan al bar de Fabián. Son dos minutos distintos. Dos minutos de conversación. Había que preparar el terreno. Matemática, planes de estudio, novedades de sus barrios, cómo forman sus equipos el sábado, qué van a hacer hoy: su último día de clases. Había chispa, compañeros míos. Uno nunca pude esconder lo visceral. Tarde o temprano sale a flote y se destapa la olla a presión. Es inherente del ser humano. Risa va y risa viene pero Gastón ya había caído. Ya el partido estaba empezado, no había vuelta atrás. Hoy o nunca. Alea Iacta est.

Remedios de Escalada

El tren cruzaba a alta velocidad el terreno y al costado se lograban ver formaciones antiguas. Señoras, señores: los talleres. Se estaba llegando a Escalada. El aire acondicionado del tren ya hacía que la gente se inquiete y sienta molestias. Hasta alguna señora sacaba un bucito de hilo que en realidad es un efecto placebo. Los cuerpos de Gastón y de Atenas estaban cada vez más cerca. ¿Reflejo del frío o del subconsciente? ¿Por qué hoy era la fecha? ¿Por qué ese tren y no otro? Todo se remonta a cinco años atrás. Cuando ambos estaban en primer año y se vieron con uniformes de colegios distintos y empezaron a reconocerse. Todos los días en el mismo vagón y en el mismo asiento. ¿Rutina o búsqueda? Y así fue cuando se hablaron por primera vez a mitad de ese año. Ambos iban a colegios en Capital porque se habían mudado a Zona Sur hacía muy poquito, Ambos gustaban de las mismas cosas y charlaban a viva voz en el recorrido que cada día se les era impuesto. Cinco años de amistad. Cinco años. Pero hoy era distinto. Hoy era el último día de secundaria de ambos. Ya no había necesidad de tomarse ese tren con destino a Constitución. Ya no iba a haber más bienvenidas en Lomas de Zamora y despedidas en Constitución cuando Atenas vaya a tomarse el subte y él, el bondi. Hoy sus vidas iban a quedar congeladas en el frío espacio del tiempo. Ya no había motivo aparente por estar los dos sentados con el mismo auricular con rumbo norte. Gastón se cansó de ocultar sus verdaderos sentimientos. Maldito vagón. Cinco años esperó. Cinco años para conquistar Atenas y que el imperio griego sea suyo. Ya estaba jugado, el tiempo lo arrinconaba en la pared. No había escapatoria. El tren abandonó la estación de Remedios de Escalada y cada vez faltaba menos…

Lanús

El granate, color de vino, color de amor, color borravino de la pasión ya teñía el paisaje urbano llegando a la estación lanuseña. Atenas estaba apoyada sobre su hombro con la cabeza mientras hablaba de sus supuestos defectos. “La puta que te parió pendeja, me volves loco” se insultaba Gastón. Ya su destino estaba en manos de quien tenga que estar. Él vs el mundo. Él vs Cupido. Él vs la bestia interior del miedo. Él vs la otra bestia del fracaso. Todo sea por su princesa. Hay que jugarla. No había tiempo para tibiezas. Todo o nada. Plata o mierda. Se desperezó y pasó su brazo por encima del de Atenas abrazándola y sintiendo su llegada triunfal a la Acrópolis. Ahora solo falta el gran golpe. ¿Será capaz?

Gerli

¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba preparado para esto? ¿Cuándo lo pensó? ¿Cuándo lo razonó? ¿Cuándo? No hay tiempo para recular pero si para aguantar. Tres estaciones. No importaba que la cancha de El Porve esté a su costado, poco importaba las situaciones. Ese tren no tenía destino Constitución. Tenía dos destinos. O el paraíso o el infierno. Cara o cruz. 50 y 50. ¿Dar un paso atrás para dar dos adelante? ¿Cuán acertado estabas Vladimir? ¿O le saldrá a lo Mijail? El reloj de arena se estaba agotando. Era ahora o nunca. El tren deja Gerli con un Gastón con más dudas que certezas.

Avellaneda

El tiempo era ínfimo. Era el momento. Era la chance. Gastón tomó la palabra y empezó a hacer mimos en la cabellera morena de Atenas. Atenas era la belleza, la estética, la poesía, la magia, la política. No era una Esparta, no señor. No era de esas. Era la culta, la perfecta. Y eso la hacía la manzana más difícil del árbol, aunque pocos veían lo linda y perfecta que era. Los carteles indican que el tren está saliendo de Avellaneda con destino a Capital. Los ojos se cerraron, es el momento. La entrada triunfal de la carroza a la aldea. El riachuelo los despide y ahora ellos son problema de Buenos Aires.

Barracas

Yrigoyen. Última estación. Los encuentra a los enamorados compartiendo todo en un beso pasional. Un beso que demuestra todo lo que se venía sintiendo. La olla explotó. Las vísceras le ganaron a la razón. Lo caliente venció a lo frio. Atenas por fin, era amada como se merecía. Ay, bella Atenas. Gastón, tanto esperaste para hacer algo que tenías que hacer hacía tanto tiempo. Pero era lógico que sea en el tren de las seis y veintidós con destino al Edén en el quinto vagón, en el sexto asiento de dos. Bienvenidos al paraíso.

Constitución (el Olimpo)

Los vi bajarse de la formación y rápidamente los seguí para continuar su historia que hace cinco años estoy vivenciando y escribiendo sin que ellos se den cuenta. Las arañas de Constitución fueron hoy revestidas con oro. El Roca era el Orient Express. El Edén estaba ahí, el Olimpo, el Cielo, lo que usted desee. La flecha del amor la logré lanzar recién ahora. No sé si por miedo o porque Atenas me importaba. Pero su destino, ay bendito destino!, era que esté con Gastón. Calenté la flecha y acerté al culo de ambos para que este amor de tren, este amor de locos, no muera jamás. Los perdí mientras ellos dos se tomaban un subte a no sé dónde pero poco probable que sea el colegio y yo me fui a trabajar a lo de Apolo en el 168. Nadie puede y nadie debe vivir sin amor.


Eros .

lunes, 20 de marzo de 2017

Crisis

Uy la puta madre. La testa me está torturando, El mundo es un lugar hostil, mi cabeza es Mosul. El samba interior no me deja de atormentar. Giro mi cuerpo entre las sábanas y chequeo el celular. La luz me encandila dejándome viendo figuras verdes etéreas en el fondo de mi pieza. A pesar de eso, logro ver la hora. Siete y trece de la mañana de un domingo. Miro para abajo y veo mi atuendo, Camisa y bóxer. ¿Qué pasó? ¿Salí a algún lado? Desconecto el cargador y me doy vuelta. Todavía encandilado y con las figuras danzantes en mis ojos choco contra un bulto. Tiene apariencia de ser una persona: pero a esta hora y en este estado no te distingo ni un perro de un elefante. Froto mis ojos con virulencia y logro apreciar las curvas de un cuerpo femenino en mis sábanas. Está tapada hasta la nuca y está roncando levemente, con sutileza, con ternura. Su perfume me resulta extremadamente familiar. Lo niego. También huelo alcohol que probablemente (casi seguro) proviene de mis poros.

Quito las sabanas con extremo cuidado evitando cualquier movimiento brusco que pueda despertar el sueño profundo de la bella durmiente. ¿En qué estará pensando? ¿Estará en la misma que yo? Sé que es bella. Lo sé, lo intuyo, lo siento, lo percibo, lo niego. Sea lo que sea que haya pasado en la noche de ayer seguro fue magia, seguro fue rock n roll. Llego al baño esquivando los restos de una noche lujuriosa: un jean, un brassier, unos tacones y un par de zapatos se encontraban dispersos en la escalera de la vivienda. Prendo la ducha con ansias de terminar el carnaval que mi cabeza está sintiendo.  Lloro, las lágrimas caen por mi mejilla. Si, se fue. Sofía se fue, Sofía no está. Recuerdo el timbre de su voz cuando me dijo claro en aquel banco de la plaza Francia. C´est fini. Game over. Tengo apenas diecinueve años y creo que mi vida en este momento está terminada. Yo sé quién es esa chica que está durmiendo en mi cama. Yo sé. Yo sé todo. Pero prefiero negarlo, prefiero que nada de esto hubiese pasado. Porque al fin y al cabo, vos, Sofia, fuiste mi todo, fuiste mi cielo, mi infierno, mis risas, mis llantos, mi gol a los ingleses, mi promoción y mi descenso. Fuiste todo lo que esperaba y más. Nunca estuve a tu altura, la cagué. Sabía que este día llegaría. Pero no tenía que ser en este momento. Tanto jugar al gato quede atrapado. Te amé, te amo y te amaré. Pero mi querida Sofía no eramos compatibles. Si, sé que me di cuenta como dos años después, pero ¿qué decirte? Te respondo más tarde.

Salgo del baño con una sobre-excitación cardíaca notoria. Me pongo mi bata y salgo del mismo al encuentro de mi casa. Mis viejos ya hacía una semana que estaban en New York, Roma, Paris, la Conchinchina, no sé la verdad. Tampoco me importa. Hoy soy yo, hoy yo tengo el ancho y tengo el 4. Yo soy el problema y la solución. Ay, bella dualidad. Un ejemplar de Dostoievski por la mitad, un café sin tomar de hace más de 15 horas, una historia escrita en un papel que es basura: signos de los rastros que deja la ausencia y la depresión. Pero por el otro lado: dos botellas de vino vacías, la película chamuyera de fondo en pausa, Andrés sigue cantando, hay botellas vacías de marcas extrañas, las debemos haber tomado (uy, que resaca). Rastros de la segunda parte de la noche; dignas de una presencia significativa, testigos de la resiliencia, asistentes a este rock n roll mágico y eterno que nuestros cuerpos protagonizaron otra vez. Sí, otra vez. Porque vos, Camila, que estás arriba, sos lo más sucio del barro pero eso mismo me gusta. Pasional pero sútil dice Santi. Cada rock n roll, cada libro, cada charla a escondidas compartida era un concierto de nunca acabar. La chispa estaba, está y estará. Y es por eso que te pido perdón, mi amada Sofía. No todo es color de rosa, todos necesitamos compatibilidad, y eso es lo que me da esta muchacha. Sorpresa, cambio, vida. Eso, vida. Amor, love, amour, laská. Me hace sentir vivo. Y es por eso que aunque me duela tu adiós. Y aunque te llore durante día y noches; sé que en ella voy a tener eso y más. Ya lo dijo Gustavo, hay que saber decir adiós para crecer.


Estoy sentado en el sillón leyendo el diario de hace más de una semana sin ningún otro objetivo de que pase el tiempo para verte. La estrella bajaba por los peldaños y la luz se hizo en la Tierra. Sus tetas me miraban, su desnudez me purificaba, todo muy griego. Ya no es más mi mejor amiga, mi amante, ya es algo más. Por ella dejé todo, incluso lo que más me ataba a este mundo hostil. Es allí, cuando salí al encuentro, le ofrecí una bata y rompí los esquemas del mundo con un beso pasional y sutil. Tal como nuestra relación. De los peores momentos, salen los mejores. De eso no caben dudas. De esta crisis, salió el roce de dos corazones, un roce que va más alla de lo corpóreo. Cuando dos corazones se funden en uno solo para bailar sin importar lo que digan, cuando pasa eso, no hay vuelta atrás. El rock n roll nunca muere,

miércoles, 15 de marzo de 2017

Cinco segundos

Las madrugadas de Villa Gesell tienen ese qué se yo, ¿viste? La noche, testigo del descontrol adolescente en el balneario joven por excelencia, está en su transición a la mañana resacosa y de niños o familias jugando y disfrutando de la arena marrón del Mar Argentino. Es el último día de la quincena. 30 de enero. Los visitantes y Gesell se van diciendo adiós y hasta pronto pero cada uno se engaña con nuevas ciudades o nueva gente.

Es una noche de Luna llena. Las estrellas blanquecinas iluminan una playa desierta y a dos personas como si fuese una luz de neón. La luna pescaba a Ezequiel in fraganti. Brazo atrás de la espalda femenina de su acompañante, evidente relajación de su cuerpo apoyado en el otro brazo, mientras admira la marea repleta de limo que baña en la oscuridad a la playa. Su jean tiene rastros de arena, su camisa también. Sus zapatos están clavados a unos pocos metros de los dos individuos. En el aire se respira esa tensión previa a un gran evento. Se podía sentir el aroma de la incertidumbre, el perfume del miedo, pero también de las ganas, el de la fantasía, el de la lucha interior entre la razón y el corazón. El tiempo es breve. Cinco segundos. En ese lapso hay que actuar, el famoso timing. Ni muy temprano, ni muy tarde, ni muy apurado, ni muy lento. Justo a tiempo. ¿Deseaba él que fuese otra la locación y las circunstancias? Pero por supuesto pero uno nunca está preparado para cumplir un sueño. A pesar de que con la almohada imaginemos mil situaciones posibles y sus respuestas adecuadas siempre la real y la que va a pasar es la mil uno, la impensada. Allí radica lo malo y lo hermoso que tiene esta vida que nos recuerda que somos marionetas de un destino juguetón y de una mente especial.

En fin, el plazo es determinado: cinco segundos. Ni uno más, ni uno menos. El tiempo exacto que tiene Ezequiel para besar los labios colorados de Sol. Cinco segundos para jugársela. Cinco segundos para hacer algo que nunca antes se animó: tener huevos. Cinco segundos para vencer al qué diran, a esos rumores malignos llenos de veneno, sino que también son cinco segundos para vencerse a si mismo: a sus miedos y a sus inseguridades. Cinco segundos para noquear a su autoestima maldita. Cinco segundos que pueden cambiar el rumbo de su eternidad. El conteo comenzó.

Cinq. ¿Quién es la muchacha? ¿Por qué es ella quién tiene que estar a su lado? ¿Tiene que ser ella quien tiene que estar a su lado? ¿Por qué ella? No lo sabe, lo siente. Seis días bastaron para que todo esquema sea quebrado en mil pedacitos por solo una mirada de fuego. Esa morena fue su obsesión desde aquel timbrazo en el departamento de la Avenida 3. Vecina, ¿cuándo te convertiste en la musa? ¿Fue ese pedido inocente de azúcar para cebarte un mate dulce? ¿Fue esa vez que se encontraron por casualidad y decidieron jugar al tenis.playa y ganaste con complicidad? ¿Fue el encuentro casual en Pueblo al son de esa cumbia uruguaya? ¿Fue ese roce de manos y ese baile al compás de Rodrigo en Le Brique? ¿Sabías, vecina, que él estaba buscando un amor, no importa cual? ¿Fue entonces cuando esta noche estrellada te invitó a fumar un pucho afuera a pesar de que odiaba el olor a humo? ¿Qué fue lo que le gusto de vos, vecinita querida? ¿Tu voz? ¿Tu pelo moreno? ¿Tus ojos? ¿Tu estilo?  ¿Tu adoración por Fitzgerald? ¿Quisiste ser su Zelda? ¿O solamente sucedió? ¿Qué fue Sol? Sincerate. ¿Por qué él está nervioso de verte sentada junto a su cuerpo en un balneario desierto a las cinco de la mañana de Villa Gesell? Otro segundo muere en el campo de batalla.

Quatre. El humo del cigarrillo compartido sale por la boca de Ezequiel y decide apagarlo. Lo detesta pero era la única excusa que se le ocurrió para tenerla a ella a su lado en esta noche de luna llena. Las estrellas iluminan su cuerpo mientras él sigue apoyando su mano y su antebrazo por encima del hombro de Sol. Atina a acostarse, y ella lo sigue. Su mano está ahora en contacto con su pelo moreno. ¿A qué le tiene miedo? ¿Al fracaso o al éxito? ¿A no saber qué hacer si gana o no saber qué hacer si pierde?  Estaba loco por ella. La había visto leer tan plácidamente en la playa el día que llegaron. Le gusta de día, de noche, producida y crota. Ya sabe que está piantao. Quieren que lo quieran así, piantao piantao piantao. Que Sol se suba a esa ternura de locos que hay en él. Ya tiene preparada la peluca de alondras y el vals o Lovely Night, lo que venga primero. Pero, ¿por qué es tan difícil? ¿Por qué no puede simplemente decirle que era la razón de su locura, de su sana demencia?  ¿Por qué esperó tanto tiempo para estar a solas? ¿Por qué para esta sociedad, plena de relojes pero faltos de tiempo, seis días es mucho tiempo? ¿Es poco tiempo para hablar de amor? ¿Quién lo determina? Que la chupe el inconsciente colectivo. ¿Por qué la ama? ¿La ama? ¿La puede amar considerando que le hablo diez veces máximo en su vida de manera particular?

Trois. Mitad del conteo. Los cuerpos acostados en la arena toman cercanía. No se dicen nada pero con la mirada hablan a borbotones. Sus sonrisas cómplices saben lo que va a pasar pero sin emocionarse porque todo se puede ir a pique en un segundo. Pies sobre la tierra. Shit happens. La mano de Ezequiel comienza a acariciar el pelo morocho de Sol y ella empieza a convencerse que esta vez sí. Por fin. Por fin encontró a alguien que valga la pena, alguien con quien contar en sus ocios, en sus risas, en sus llantos, en sus firmezas, en sus debilidades, sus comedias y sus tragedias. Encontró a su Sebastian, a su Gatsby, a su Ezequiel. La soledad se había hecho costumbre en ella. Nadie era lo suficiente para ella o ella no era lo suficiente para nadie. El orden de los factores no altera el producto. Tantas noches en vela, tantas botellas vacías, tantas lágrimas derramadas solo por la falta de amor, de pasión, de fuego. Su corazón de hielo se está calentando y la fogata tiene nombre: Ezequiel. Esa noche geselliana, esa luna y ese cielo estrellado son los testigos de que por fin Sol encontró a alguien. La búsqueda acabó. Sus desvelos ahora llevarán nombre, sus botellas serán vaciadas en compañía. Es hoy, es está noche. Son estos cinco segundos que pueden cambiar todo un futuro.

Deux. De a poco van arrimando sus cuerpos. Ya no importa la arena, ya no importa la noche, ya no importa nada. El mundo y el tiempo corren por otro carril. Todo es relativo. Su universo se limita a un espacio de dos por dos en el que los inquilinos son esos dos corazones palpitando de pasión. La espera se terminó. Estos dos borrachos se están juntando de a poco. No tomaron ni una gota de alcohol pero la ebriedad es notoria. Ebrios de amor, ebrios de sentimiento, embriagados de miradas. Oh, el amor tiene los mismos efectos estupidizantes que le más fuerte shot de vodka. Se acaban las excusas y los intermediarios. Es a cara o seca. Alea iacta est. Amor o mierda. Lo decide el César.

Un. Faltan centímetros para que la pelota entre completa a la raya del gol y el arquero está a kilómetros pero nunca se sabe. Ella decide cerrar los ojos, a veces hay que ayudar a la suerte viste. Lleva meses (desde la última vez) que piensa en esos labios. Sí, esos. Siempre supo que era Ezequiel a pesar de que él no existía todavía para ella.  Era un concepto sin embargo. Un ideal. Un deseo utópico que Ezequiel vino a corporizar. Desde el momento que lo vio entrar a ese apartamento supo que era él. Desde ese mate dulce que no le gustó, desde esa cumbia, desde Amor Clasificado, desde Fitzgerald, ella sabía que esto iba a pasar. Él ve los ojos cerrados de ella y no lo puede creer. Se pellizca mentalmente para chequear su estado de consciencia. El maldito amor que tanto miedo da. Se reclina para adelante. Está jugado. A todo o nada. Empuja la pelota y la playa grita el gol mientras las olas se abrazan con la arena marrón en una garganta fundida.


Zero. Los labios juntos bailan un vals mientras el semáforo de la noche le da tres luces celestes y el perfume al azahar se siente en el aire. Desde la Costanera los aplauden. Viva. Viva. Los locos que inventaron el amor. La luna que  iba rodando por la Costanera. ¿es necesario que sea Callao?, inmortaliza a estos dos enamorados en la noche playera del Atlántico. Cinco segundos que fueron una eternidad. Cinco segundos para vencer a la muerte, a la vida, al éxito y al fracaso. Timing. Dijo alguna vez Sacheri que la culpa de todo la tiene el tiempo que se empeña en transcurrir dejando atrás momentos épicos y maravillosos atrás en polvo. Perdón Eduardo, con ellos te equivocaste. Este momento es eterno. Tan eterno que serán cinco segundos para toda la vida.