Temperley
La rutina nos mata. ¿Cuántas veces uno repite eso? Pero hay
veces que la rutina pasa a ser un motivo para seguir viviendo y cuando esta
desaparece todo el mundo se va al carajo. El reloj del celular de Gastón marca
con puntualidad las seis y veintidós de la mañana y el tren eléctrico con
destino a Plaza Constitución está a punto de llegar a la Estación Temperley
como todos los días. El cielo bien celeste ilumina el sur del Conurbano
bonaerense. Hace calor para lo que es una mañana estival pero poco importa. Gastón meticulosamente mide y espera en la
segunda puerta del quinto vagón. Cada día de su secundaria había hecho eso. No
concebía tomarse otro tren. No podía y menos hoy en su último día. Eligió el
sexto asiento de dos y por suerte estaban ambos vacíos cuando el tren zarpó con
dirección a Capital. Era ese día. El plan estaba en marcha.
Lomas de Zamora
El tren continuaba en su andar y de fondo se logran observar
las casas del centro de Lomas, hoy convertidos en edificios nuevos. El cielo
lentamente mutaba a un color rojizo con mil rayitas en el aire de manera
trasversal. Tres minutos separan ambas localidades. Tres minutos por vivir que
son como una eternidad. Tres minutos de expectativa. ¿Hoy justo se iba a romper
el acuerdo tácito que había? ¿Hoy iba a ser un día de mala suerte? ¿Hoy? Gastón
chequeó su uniforme de manera pulcra: su buzo estaba en perfectas condiciones,
su camisa blanca y planchada, su corbata alineada y prolija. Pelo limpio, buen
aliento. Hoy no se podía perder. Ganen o balas.
Se sintió el freno clavado cuando se observaba el cartel que
decía clarito en qué estación se está. Ahí logró divisarla. Tan linda como en
estos últimos cinco años. Su uniforme de escuela privada del barrio de Palermo
le resaltaba una belleza naif. Pasional como sútil querido Santi. Ella lo vio a
través del vidrio del tren que frenaba y levantó su brazo y le hizo una seña
para que le guardara el asiento. Kick-off. Partido y a jugar. Entró a la
formación y rápidamente Atenas se sentó a su lado pecheando gente. The final
countdown begins
Banfield
El color del paisaje se fue transformando en un verde y
blanco permanente grafiteado en las paredes de las casas lindantes a las vías.
Hogar de Sandro, hogar de Cortázar y de Garrafa. Usted Banfield ha sido testigo
del principio del fin o el fin del principio. Poco importa. Todo en dos
minutos. Y estos no se vendieron al barrio de Lanús y jamás estos dos minutos
faltan al bar de Fabián. Son dos minutos distintos. Dos minutos de
conversación. Había que preparar el terreno. Matemática, planes de estudio,
novedades de sus barrios, cómo forman sus equipos el sábado, qué van a hacer
hoy: su último día de clases. Había chispa, compañeros míos. Uno nunca pude
esconder lo visceral. Tarde o temprano sale a flote y se destapa la olla a
presión. Es inherente del ser humano. Risa va y risa viene pero Gastón ya había
caído. Ya el partido estaba empezado, no había vuelta atrás. Hoy o nunca. Alea
Iacta est.
Remedios de Escalada
El tren cruzaba a alta velocidad el terreno y al costado se
lograban ver formaciones antiguas. Señoras, señores: los talleres. Se estaba
llegando a Escalada. El aire acondicionado del tren ya hacía que la gente se
inquiete y sienta molestias. Hasta alguna señora sacaba un bucito de hilo que
en realidad es un efecto placebo. Los cuerpos de Gastón y de Atenas estaban
cada vez más cerca. ¿Reflejo del frío o del subconsciente? ¿Por qué hoy era la
fecha? ¿Por qué ese tren y no otro? Todo se remonta a cinco años atrás. Cuando
ambos estaban en primer año y se vieron con uniformes de colegios distintos y
empezaron a reconocerse. Todos los días en el mismo vagón y en el mismo
asiento. ¿Rutina o búsqueda? Y así fue cuando se hablaron por primera vez a
mitad de ese año. Ambos iban a colegios en Capital porque se habían mudado a
Zona Sur hacía muy poquito, Ambos gustaban de las mismas cosas y charlaban a
viva voz en el recorrido que cada día se les era impuesto. Cinco años de
amistad. Cinco años. Pero hoy era distinto. Hoy era el último día de secundaria
de ambos. Ya no había necesidad de tomarse ese tren con destino a Constitución.
Ya no iba a haber más bienvenidas en Lomas de Zamora y despedidas en
Constitución cuando Atenas vaya a tomarse el subte y él, el bondi. Hoy sus
vidas iban a quedar congeladas en el frío espacio del tiempo. Ya no había
motivo aparente por estar los dos sentados con el mismo auricular con rumbo
norte. Gastón se cansó de ocultar sus verdaderos sentimientos. Maldito vagón.
Cinco años esperó. Cinco años para conquistar Atenas y que el imperio griego
sea suyo. Ya estaba jugado, el tiempo lo arrinconaba en la pared. No había
escapatoria. El tren abandonó la estación de Remedios de Escalada y cada vez
faltaba menos…
Lanús
El granate, color de vino, color de amor, color borravino de
la pasión ya teñía el paisaje urbano llegando a la estación lanuseña. Atenas estaba
apoyada sobre su hombro con la cabeza mientras hablaba de sus supuestos
defectos. “La puta que te parió pendeja, me volves loco” se insultaba Gastón. Ya
su destino estaba en manos de quien tenga que estar. Él vs el mundo. Él vs
Cupido. Él vs la bestia interior del miedo. Él vs la otra bestia del fracaso.
Todo sea por su princesa. Hay que jugarla. No había tiempo para tibiezas. Todo
o nada. Plata o mierda. Se desperezó y pasó su brazo por encima del de Atenas abrazándola
y sintiendo su llegada triunfal a la Acrópolis. Ahora solo falta el gran golpe.
¿Será capaz?
Gerli
¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba preparado para esto? ¿Cuándo
lo pensó? ¿Cuándo lo razonó? ¿Cuándo? No hay tiempo para recular pero si para
aguantar. Tres estaciones. No importaba que la cancha de El Porve esté a su
costado, poco importaba las situaciones. Ese tren no tenía destino
Constitución. Tenía dos destinos. O el paraíso o el infierno. Cara o cruz. 50 y
50. ¿Dar un paso atrás para dar dos adelante? ¿Cuán acertado estabas Vladimir?
¿O le saldrá a lo Mijail? El reloj de arena se estaba agotando. Era ahora o
nunca. El tren deja Gerli con un Gastón con más dudas que certezas.
Avellaneda
El tiempo era ínfimo. Era el momento. Era la chance. Gastón
tomó la palabra y empezó a hacer mimos en la cabellera morena de Atenas. Atenas
era la belleza, la estética, la poesía, la magia, la política. No era una
Esparta, no señor. No era de esas. Era la culta, la perfecta. Y eso la hacía la
manzana más difícil del árbol, aunque pocos veían lo linda y perfecta que era.
Los carteles indican que el tren está saliendo de Avellaneda con destino a
Capital. Los ojos se cerraron, es el momento. La entrada triunfal de la carroza
a la aldea. El riachuelo los despide y ahora ellos son problema de Buenos
Aires.
Barracas
Yrigoyen. Última estación. Los encuentra a los enamorados
compartiendo todo en un beso pasional. Un beso que demuestra todo lo que se
venía sintiendo. La olla explotó. Las vísceras le ganaron a la razón. Lo
caliente venció a lo frio. Atenas por fin, era amada como se merecía. Ay, bella
Atenas. Gastón, tanto esperaste para hacer algo que tenías que hacer hacía
tanto tiempo. Pero era lógico que sea en el tren de las seis y veintidós con
destino al Edén en el quinto vagón, en el sexto asiento de dos. Bienvenidos al paraíso.
Constitución (el Olimpo)
Los vi bajarse de la formación y rápidamente los seguí para
continuar su historia que hace cinco años estoy vivenciando y escribiendo sin que
ellos se den cuenta. Las arañas de Constitución fueron hoy revestidas con oro.
El Roca era el Orient Express. El Edén estaba ahí, el Olimpo, el Cielo, lo que
usted desee. La flecha del amor la logré lanzar recién ahora. No sé si por
miedo o porque Atenas me importaba. Pero su destino, ay bendito destino!, era
que esté con Gastón. Calenté la flecha y acerté al culo de ambos para que este
amor de tren, este amor de locos, no muera jamás. Los perdí mientras ellos dos
se tomaban un subte a no sé dónde pero poco probable que sea el colegio y yo me
fui a trabajar a lo de Apolo en el 168. Nadie puede y nadie debe vivir sin
amor.
Eros .