La luna es clara entre las nubes negras de la lluvia que
pasó. Las estrellas están escondidas en el negruzco cielo de la Capital, mitad
culpa de la incesante caída de agua, mitad culpa de la maldita polución que
algún día terminará matándonos a todos. Los autos pasan uno por uno por la
avenida y la gente borracha va y viene caminando por la vereda y la plaza.
Un banco, dos personas. Martín y Pilar. Eso dicen sus
documentos pero ni ellos mismos saben quiénes son. Las dudas existenciales son
moneda corriente en esta noche maldita. No se conocen, nunca se hablaron. Son
dos individuos independientes en los más de 3 millones que tiene la ciudad, en
los 40 millones del país, en los 7 mil millones del mundo. ¿No es curiosa la
casualidad de que ambos estén en el mismo momento y lugar? Unidos por esa banca
pero desunidos, solos. Llaneros solitarios en esta noche de verano en la que el
calor y el escabio marean y el amor droga a cualquiera.
Ella se siente sola, está sola. Sus amigas en algún lugar
deben estar. El vodka no la deja recordar. Plutón, La Matanza, adentro del
boliche o allá donde cagó el conde es lo mismo. Recuerda que en algún momento
ella fue todo. La estrella del baile, la rosa más preciada. Pero el cuarto de
hora pasa y gracias a Dios que pasa- Sus errores y sus falacias la llevaron a
la caída gorbachovesca pero también la llevaron a sacarse la careta, oh
Perestroika hecha mujer. Ella ahora es quién es, quien debiera ser, todo lo
malo y todo lo malo están atrás; en algún lugar. Es momento de pasar página,
con los que estén. Aquellos que eran falsos chau ni nos vimos. Aquellos
verdaderos bien cerquita de ella, pegaditos, para luchar esta batalla contra el
pasado y contra lo que alguna vez fuimos.
Hay algo que le faltó en aquel momento que lo tuvo todo:
amor. Probó mil bocas pero ninguna la sació. El maldito amor que tanto miedo
da. No es nada sin él. Podrá ser linda, podrá ser inteligente pero nunca fue
feliz como se es cuando hay amor. No se conforma con que no haya nada. Acá
tiene que haber amor carajo. ¿Tan difícil es?
Saca un encendedor y prende un cigarrillo, se cruza de
piernas, se ata el pelo y se dispone a fumar en tranquilidad. La petaca de
vodka cada vez más vacía bajaba cada vez con menos esfuerzo. Cada sube y baja
era un motivo de arrepentimiento pero ¿Qué se le va a hacer? Extraña ser quien
era, extraña todo. Le da una pitada muy fuerte y siente el humo en sus
pulmones. Esto la va a matar, pero ¿Qué más da? Que sociedad de mierda.
Caretas. Un mundo en el que se muestra más de lo debido, un mundo en el que lo
casual perdió total importancia. ¿Dónde quedó ese simple interés descarado en
algo? ¿Dónde quedó esas charlas sobre temas equis que poco tiene que ver con la
practicidad de esta vida de plástico? Al fin de cuentas, todos somos caretas.
Todos mostramos una sola faceta: la mejor y guardamos la peor. Y quizá eso sea
lo más sano. Otra pitada y piensa. ¿Qué tan bajo cayó el pensar? Un mundo en lo
que todo tiene que estar digerido, al alcance, un mundo en el que luchar es mal
visto y pensar peor. Pocos supieron ver su faceta mejor y todos vieron la peor.
¿Quién pone los adjetivos? ¿Quién califica qué es lo mejor, qué es lo peor y
qué es qué? ¿Ella? ¿La sociedad? ¿Los que prefieren sus tetas o ella que
prefiere su conocimiento sobre equis cosa? Una sola cosa queda clara: todos
somos caretas y no hay manera de escaparle a este juego.
Él está sentado mirando a los autos pasar. Piensa en la
cantidad de gente que pasa y de sus historias, de cómo por un segundo ese
tachero gordo con canas, ese oficinista que volvió de trampa a las cuatro de la
mañana y esa pendeja borracha convivieron en una realidad, en un cuadro. Lo loco
que es que dos personas se encuentren en este mundo de casi siete mil millones
de personas, en una ciudad de tres millones. Lo improbable que es que dos
personas se hablen, lo imposible estadísticamente que es que alguien ame y más
que sea correspondido.
Está harto de esta situación- No es nadie. Último en esta tabla,
el fantasma de la B ya lo llama. Pobre cuatro de copas sumergido en una racha
maligna. No sabe qué hizo para merecer esto. Trata de no darle importancia pero
no puede. Cuando querés cortar una mala racha te obsesionas con ello. Se cansó
de rezarle a todo Dios existente, le pidió que esta sea la vencida. Ya
renunció. Telegrama enviado, no hay vuelta atrás. Esas lágrimas mientras ve los
autos pasar al lado de una desconocida son eso: lágrimas de renuncia, de
bronca, de dolor, de impotencia, de fantasía rota.
Chocó a mil por hora. Pensó que alguna vez esto iba a ser
diferente. Se acopló sin sentido a las malditas modas, cambió demasiado hasta
el punto de no saber quién es. Se refugió en personajes de los cuales él tiene
le poder de hacer y deshacer su vida. Pero querido Martín, en esta vida no
podes manejarte a vos mismo y querés manejar a los demás. La vida lo venció.
Sabe qué quizá en otras áreas podría ganar la batalla pero en estas condiciones
no. A nadie le importa su pensamiento crítico, ¿para qué? Si solo aburre… Es un
viejo en un cuerpo joven, egoísta, sin ambición de nada. Llora y piensa. Se
tienta de cruzar la línea roja. Pero no vale la pena, si él tiene todo. Tiene
amigos, familia y talento pero no, le falta ese plus. Sabe que perdió la
batalla, otra de tantas pero la guerra todavía no está perdida. Porque el juego
del amor es demasiado hijo de puta pero al fin y al cabo en algún momento todos
ganamos.
Martín mira a Pilar. Quiere hablarle. Ambos están mal. La
noche maldita y el estúpido alcohol los han juntado, es jurisprudencia del
destino. Él piensa si alguna vez habrá chance con ella. Es demasiado linda,
está a otro nivel, él solo sirve para conformarse. Sabe que va a rebotar, sabe
que cualquier esfuerzo es inútil en esta noche de lluvia de la ciudad.
Ella lo mira, le parece lindo pero ¿Qué gana hablándole? Si
seguro es un careta más como todos que solo la va a ver como un trofeo, un insípido
trofeo en esa patética vitrina. Ya estaba harta de los pibes, son todos
iguales. Señor amor, yo renuncio.
Así es como llegamos al final. Así es como Martín y Pilar se
fueron por la avenida con rumbos inciertos, guiados por el señor Ron y la
señorita Vodka y como no por la hija de puta de la señora Desamor pero ambos
con sentidos opuestos. Tanta renuncia se olvidaron que siempre hay una chance
de ganar este puto juego en el último minuto. Ellos eligieron perder.
Ignacio Leiva, 27 de junio de 2017, Villa Martelli