El reloj del celular marcaba la una y veintiséis de la
mañana con el brillo blanco por sobre los ojos encandilados de Pepe. Cada
sábado encontraba la misma dualidad. Salir a cambiar su destino a pesar que
poco le atraía esa idea o quedarse petrificado en esa cama escuchando algún
clásico noventoso después de alguna buena película de tiros. Por algo eligió la
úlitma y así estaba. Boca arriba, tapado hasta el mentón a pesar del calor,
likeando fotos en Instagram de gente que le importaba y de otros que le chupaban
los dos huevos y la mitad de un tercero imaginario. Subió el volumen del
auricular donde escuchaba Californication
y cerró los ojos, no con ánimos de dormir, sino con ánimos de pensar
introspectivamente sobre su vida.
Tres palabras le resonaban en la mente. Una definición
moderna de un tipo de gente que le atribuyeron un par de veces. Hippie con
OSDE. ¿Qué carajo es? Para aquellos que no saben, OSDE es una obra social
bastante cara y exclusiva en la Argentina. Un hippie con OSDE vendría a ser un
niño rico que se hace el hippie porque su posición socioeconómica lo avala. Él
sin duda se creía un insurgente, un revolucionario pero en el fondo sufre el
Sindrome de Buzz Lightyear. Es un juguete, es de mentira, un idealista que
nunca concretó dos ideas, un revolucionario aburguesado, tan solo el vil
recuerdo de un pasado mejor. Un viejo joven. A los 16 años, ya estaba de
utilería.
María, María, María. Eran amigos por nomenclatura, tan solo
amigos porque sus amigos eran amigos entre sí. Tanta palabrería y ninguna
conexión real. ¿Tiempo? Ni compartían. Salvo esas incomodas y tibias
conversaciones en la que ambos podían hablar de si va a llover, si va a haber
Sol, si ganó Boca, o perdió River, si quedó eliminado del Bailando el Polaco o si el individuo A se chapó al Individuo B en
alguna fiesta reciente. Esos silencios que no suelen ser bien aprovechados y
son rellenados con conversaciones sin sentido y banales, esos silencios eran
los que mantenían en vilo las chances de Pepe. Cada vez que la de matemática
tomaba otro tema, cada suceso de la televisión o de la sociedad, era una chance
más de una charla insípida de sentido pero cargada de significado porque era
con ella.
Pepe no era un tipo lindo ni mucho menos. ¿Trabado? Ni lo
sueñes. ¿Chamuyero? Contate otro. ¿Fachero? Imposible. Mostraba indicios de
algún descuido con su peso y sus facciones no lograban agradarle del todo pero
eso lo hacía guerrero e iba para adelante intentando imposibles. Un soñador, un
poeta, un luchador, un idealista (de mentira).
María por el contrario era una tipa linda en serio. Rozaba
el metro setenta y cinco y sus piernas eran una maravilla para el ojo humano.
Sus facciones latinas, su pelo morocho con reflejos rubios recogido en una
colita que simulaba ternura preparaban el terreno para que esa sonrisa fulmine
tu corazón con un certero golpe de amor.
¿Cuándo cambió todo? ¿Cuál fue ese momento clave en el que
la historia se torció? ¿Cuándo María se transformó en un objetivo claro y
certero y dejó de ser aquella mujer de las conversaciones banales? ¿Cuándo?
¿Hay un momento? ¿O simplemente pasa? No tiene ni la más puta idea. No sabe
cuándo carajo fue que se enamoró con profundidad de esos ojos marrones que lo
decían todo. No tiene ni una mísera pista de cuándo fue el momento en que su sonrisa
terminaba cambiando el andar de su día. Lo quiere intentar. Quiere estar con
ella. No es fácil. Hay batallas que son inganables. David vs Goliat.
Agropecuario de Carlos Casares contra el Barcelona. San Marino contra la
Hungría del 54. Harrods contra el Dream Team del 92. Pero esta batalla, hay que
ganarla como sea. Como sea. Como sea. Como sea. No importa si es con un gol
sobre la hora con la mano y en orsai. No importa un comino. Solamente sirve
ganar.
Pepe no quería que María se esfume con el tiempo. No quería
que sea una más. No quería que fuese una cruz en su libreta pero menos quería
que fuese una asignatura pendiente cuando esté del brazo con otro. No es el
mejor momento para invertir. El fracaso a Pepe le era muy conocido y su hiel
era un sabor recurrente para sus papilas gustativas. Se cansó de comer mierda y
de acumular choques contra esa pared de cinco metros llamada realidad. Quería
probar la miel de la victoria, esa de la que tanto le hablaron.
Una semana ya pasó de aquel insomnio asesino que aclaró las
ideas sobre qué es lo que quería con María. Era una noche de primavera
cualquiera, un viernes que pudiese haber
sido ayer o mañana. Para Pepe nada de esto tenía sentido, esa noche era su
noche. La noche que definía su destino. La noche bisagra, la noche en la que
aceptó desafiar a su destino de visitante y con las de perder. Para sus amigos
era una batalla perdida, un tiro dificilísimo que no saldría. “Intentalo pero
no te involucres”. ¿Cómo no involucrarse si la sangre le hierve? “No te
ilusiones que es difícil”. Si no persigue una simple ilusión, ¿para qué luchar
entonces?
La una y veintiséis de la mañana, de nuevo. El panorama era
distinto al del otro día. Esta vez estaba firme frente a la casa de Villa Luro
en la que la fiesta tenía lugar. La luna llena daba buenos augurios. Pepe lo
tenía todo preparado, prepensado. Era su noche, estaba convencido. Esa maldita
noche, la mala racha se va bien a la
puta que lo parió. Si fuese por él apostaba su casa y hasta su alma que esa
noche ganaba.
Su ritual fue sencillo. Entró a la casa, pidió un trago de
vodka con naranja a un amigo y sentó en un sillón. ¿A qué? Todo un misterio.
Puede ser a pensar, a hacer tiempo, a repasar la letra, a tomar coraje, andá a
saber. Cuando apareció ella, el mundo se detuvo y empezó a andar en cámara
lenta. Esos ojos lo agarraron, la sonrisa mientras bajaba su botella de cerveza
le dio el golpe preparatorio para que el movimiento de sus caderas al son de la
cumbia en ese vestido negro logre mandarlo a la lona con el referí contando
hasta 10.
Las dudas empezaron a aparecer. Apuró su trago, se paró,
pero de repente se pidió otro y se sentó de vuelta. Se maquinaba la cabeza
diciéndose que las lindas solo salen con los feos en esas películas mentirosas
de Hollywood. Se daba coraje pensando en que por lo menos debía hacerlo. Debía
intentarlo. Alea Iacta Est.
¿Era posible que ame tanto a una persona con la cual apenas
cruzaba palabras? ¿Qué carajo era lo que lo cautivaba? ¿Por qué es ella? ¿Por
qué no es otra? ¿Por qué no hay razones para lo que siente? ¿Por qué? ¿Estaba
todo designado para que sea en esa noche cualquiera de primavera en el barrio
suburbano de Villa Luro? ¿De quién es la voluntad? ¿De quién depende? ¿De si
mismo? ¿De María? ¿De un ser superior? ¿Del contexto? ¿Del alcohol? ¿Quién
escribe lo que vendrá? ¿Qué hace si fracasa? ¿Dónde se mete? ¿Vale la pena
jugársela de tal manera?
Corazón vs Razón. La madre de todas las batallas. ¿Qué pesa
más? ¿Quién toma las decisiones? ¿Quién gobierna este inestable país en estado
de amor? ¿Gobierna su corazón? ¿Aquel corazón que hace que cada letra de
cumbia, rock, pop o tango hable de María?. ¿Aquel corazón que hizo que la
stalkee numerosas veces en busca de un puto indicio? Y ese cerebro que tiene,
¿es un privilegio o una cruz con la cual tiene que cargar? ¿Y si realmente es
imposible? ¿Qué hacer si no es lo que María busca? No es el prototipo de chico
ideal ni mucho menos. Es arriesgada la movida. All in y a rezar. Una derrota en este punto, ¿qué tan dura es?
¿Cómo es el balance final? Pero a la vez, ¿Está dispuesto a vivir con la incertidumbre
del what if? Corazón o Razón. Razón o
Corazón. ¿A cuál seguir?
Dos y media de la mañana. La gente bailaba al son de la
cumbia. Las parejas se trataban de formar con algunos indicios de timidez o de
exceso de alcohol. Pepe no podía perder ahora. No le podía ganar de mano ni
Juan, Matías o Pablo. Pepe tenía solo una misión. Saber qué carajo es el amor.
Estuvo siempre con gente que no amó y aquellas a quien sí amo, no fue
correspondido. Pepe suspiró fuerte, miró
hacia el techo y avanzó hacia María. Le dijo Hola. Simple y claro. Agarró su
mano y le dio una vuelta. Brazos extendidos replegándose para bailar. Empezó el
juego
Pepe sabía que era ahora o nunca. Este era su momento. La
única chance. La primera y la última. Inclinó su cuerpo y cerró sus ojos. El
resto es historia conocida. Una historia en la que el corazón le dio un golpe
de Estado a la razón. Donde por una noche se dio lo que se tenía que dar. Poco
sé qué es de la vida de María o de Pepe después de esa fiesta. ¿Importa? La
verdad que no. Porque ambos descubrieron qué es el amor, destruyeron a todos
aquellos que pensaban que era imposible. Por una noche hicieron valer más al
corazón que al frío uso de la razón. Una noche en la que la cursilería asesinó
a Descartes. J´aime donc je existe.
Amo, entonces existo.
Ignacio Leiva, Montevideo, 20 de agosto de 2017