viernes, 25 de agosto de 2017

Lo que pudo haber sido: La Carta

"No sé qué vas a hacer con esta carta. No tengo ni la menor idea si la vas a leer, si la vas a tirar, si la vas a ojear, si la vas a quemar o si aunque sea la vas a abrir. Solo sé que esencial que te la escriba y que se te sea entregada. Sé que quizá no es la manera de decir las cosas pero no sabés lo difícil que es esto para mí y lo escrito me entrega ese poder de edición que me permite ser claro y conciso de lo que te quiero decir

Toda historia debe tener un final. Toda historia se merece tener un final, sino tan solo sería un nudo eterno, un conflicto interminable que mantiene a los protagonistas sufriendo. Le tengo que dar a esta historia un final aunque ello implique renunciar a la bella idea de un final feliz. Los finales tristes, esas cosas que no pudieron ser tienen mala fama. Y es lógico, ¿quién va a querer no tener algo que desea? Pero hay cosas que son como son y hay que aprender, para la salud de uno, a asumir la derrota.

Fue una noche de calor en la que te conocí. Fue esa noche en la que el destino nos puso en el mismo plano, fue esa misma noche en la que mi fracaso habitual cambió con vos. Fue esa maldita noche la primera vez que escuche tu voz, fue esa noche en la que nos quedamos parados copeteados hablando de cosas que jamás me imaginé hablar en ese recinto del Río en el que jugábamos de visitantes. Fue esa puta noche la noche en la cual coincidimos en tiempo y lugar y nunca más te pude olvidar.

Mío fue el error de no haberte preguntado el nombre, mío fue el error de no haber escuchado a mi corazón y haberte besado. Mío fue el error. Solo mío. Mía fue la culpa de haber empezado así, con todo el potencial de algo perfecto pero con la esencia de algo que sabés que no va a funcar desde el minuto cero.

Le doy un sorbo el vaso de agua que tengo al lado del teclado, agarro un pañuelo y me secó las lágrimas. Borro nuestra conversación después de leerla mil veces. Mía fue la culpa. Mía. Mía fue la culpa de no haberme animado a amarte, mía fue la culpa de no haber salido a encontrar mi destino, mía fue la culpa de no invitarte a salir. Tan sólo mía.

Y es por eso que quiero cortar esta historia antes de que se convierta en una obsesión. Porque yo no sé si te hubiese besado aquella noche qué hubiese pasado. Elijo creer que todo iba a ser mejor, pero ¿si me corrías la cara? ¿Y si me rechazabas? Pero hoy tengo que lidiar con el what if. Hoy tengo que aprender a cerrar esta historia y nunca más torturarme día y noche pensando en las cosas que no fueron, en los besos que no se dieron, en los versos no escritos, en las calles sin caminar, en las películas que jamás serán vistas, en aquellas peleas que nunca serán reconciliaciones o en aquellas miradas que nunca vamos a entrecruzar. Y esto ya te supera a vos, esta es una batalla contra mí mismo, contra mis miedos, mi ego y mi vida. Y es por eso que debés quedarte atrás aunque nuestro final no sea el que yo quería porque quizá, quizá, quizá vos no eras, ni yo era para vos y quizá me confundí de andén, tan solo espero que el mío todavía no haya salido

Saludos, Atte
Lo que pudo haber sido"

Termino de releer la carta, avanzo y te veo. Lloro, mucho pero me las arreglo para dejarte el papel doblado en tu mano derecha y te digo en el oído bien despacito para que no nos oiga aquel que hoy te da la sonrisa “gracias por la lección”.


¿Continuará?

martes, 22 de agosto de 2017

Razón vs Corazón

El reloj del celular marcaba la una y veintiséis de la mañana con el brillo blanco por sobre los ojos encandilados de Pepe. Cada sábado encontraba la misma dualidad. Salir a cambiar su destino a pesar que poco le atraía esa idea o quedarse petrificado en esa cama escuchando algún clásico noventoso después de alguna buena película de tiros. Por algo eligió la úlitma y así estaba. Boca arriba, tapado hasta el mentón a pesar del calor, likeando fotos en Instagram de gente que le importaba y de otros que le chupaban los dos huevos y la mitad de un tercero imaginario. Subió el volumen del auricular donde escuchaba Californication y cerró los ojos, no con ánimos de dormir, sino con ánimos de pensar introspectivamente sobre su vida.

Tres palabras le resonaban en la mente. Una definición moderna de un tipo de gente que le atribuyeron un par de veces. Hippie con OSDE. ¿Qué carajo es? Para aquellos que no saben, OSDE es una obra social bastante cara y exclusiva en la Argentina. Un hippie con OSDE vendría a ser un niño rico que se hace el hippie porque su posición socioeconómica lo avala. Él sin duda se creía un insurgente, un revolucionario pero en el fondo sufre el Sindrome de Buzz Lightyear. Es un juguete, es de mentira, un idealista que nunca concretó dos ideas, un revolucionario aburguesado, tan solo el vil recuerdo de un pasado mejor. Un viejo joven. A los 16 años, ya estaba de utilería.

María, María, María. Eran amigos por nomenclatura, tan solo amigos porque sus amigos eran amigos entre sí. Tanta palabrería y ninguna conexión real. ¿Tiempo? Ni compartían. Salvo esas incomodas y tibias conversaciones en la que ambos podían hablar de si va a llover, si va a haber Sol, si ganó Boca, o perdió River, si quedó eliminado del Bailando el Polaco o si el individuo A se chapó al Individuo B en alguna fiesta reciente. Esos silencios que no suelen ser bien aprovechados y son rellenados con conversaciones sin sentido y banales, esos silencios eran los que mantenían en vilo las chances de Pepe. Cada vez que la de matemática tomaba otro tema, cada suceso de la televisión o de la sociedad, era una chance más de una charla insípida de sentido pero cargada de significado porque era con ella.

Pepe no era un tipo lindo ni mucho menos. ¿Trabado? Ni lo sueñes. ¿Chamuyero? Contate otro. ¿Fachero? Imposible. Mostraba indicios de algún descuido con su peso y sus facciones no lograban agradarle del todo pero eso lo hacía guerrero e iba para adelante intentando imposibles. Un soñador, un poeta, un luchador, un idealista (de mentira).

María por el contrario era una tipa linda en serio. Rozaba el metro setenta y cinco y sus piernas eran una maravilla para el ojo humano. Sus facciones latinas, su pelo morocho con reflejos rubios recogido en una colita que simulaba ternura preparaban el terreno para que esa sonrisa fulmine tu corazón con un certero golpe de amor.
¿Cuándo cambió todo? ¿Cuál fue ese momento clave en el que la historia se torció? ¿Cuándo María se transformó en un objetivo claro y certero y dejó de ser aquella mujer de las conversaciones banales? ¿Cuándo? ¿Hay un momento? ¿O simplemente pasa? No tiene ni la más puta idea. No sabe cuándo carajo fue que se enamoró con profundidad de esos ojos marrones que lo decían todo. No tiene ni una mísera pista de cuándo fue el momento en que su sonrisa terminaba cambiando el andar de su día. Lo quiere intentar. Quiere estar con ella. No es fácil. Hay batallas que son inganables. David vs Goliat. Agropecuario de Carlos Casares contra el Barcelona. San Marino contra la Hungría del 54. Harrods contra el Dream Team del 92. Pero esta batalla, hay que ganarla como sea. Como sea. Como sea. Como sea. No importa si es con un gol sobre la hora con la mano y en orsai. No importa un comino. Solamente sirve ganar.

Pepe no quería que María se esfume con el tiempo. No quería que sea una más. No quería que fuese una cruz en su libreta pero menos quería que fuese una asignatura pendiente cuando esté del brazo con otro. No es el mejor momento para invertir. El fracaso a Pepe le era muy conocido y su hiel era un sabor recurrente para sus papilas gustativas. Se cansó de comer mierda y de acumular choques contra esa pared de cinco metros llamada realidad. Quería probar la miel de la victoria, esa de la que tanto le hablaron.

Una semana ya pasó de aquel insomnio asesino que aclaró las ideas sobre qué es lo que quería con María. Era una noche de primavera cualquiera,  un viernes que pudiese haber sido ayer o mañana. Para Pepe nada de esto tenía sentido, esa noche era su noche. La noche que definía su destino. La noche bisagra, la noche en la que aceptó desafiar a su destino de visitante y con las de perder. Para sus amigos era una batalla perdida, un tiro dificilísimo que no saldría. “Intentalo pero no te involucres”. ¿Cómo no involucrarse si la sangre le hierve? “No te ilusiones que es difícil”. Si no persigue una simple ilusión, ¿para qué luchar entonces?

La una y veintiséis de la mañana, de nuevo. El panorama era distinto al del otro día. Esta vez estaba firme frente a la casa de Villa Luro en la que la fiesta tenía lugar. La luna llena daba buenos augurios. Pepe lo tenía todo preparado, prepensado. Era su noche, estaba convencido. Esa maldita noche,  la mala racha se va bien a la puta que lo parió. Si fuese por él apostaba su casa y hasta su alma que esa noche ganaba.

Su ritual fue sencillo. Entró a la casa, pidió un trago de vodka con naranja a un amigo y sentó en un sillón. ¿A qué? Todo un misterio. Puede ser a pensar, a hacer tiempo, a repasar la letra, a tomar coraje, andá a saber. Cuando apareció ella, el mundo se detuvo y empezó a andar en cámara lenta. Esos ojos lo agarraron, la sonrisa mientras bajaba su botella de cerveza le dio el golpe preparatorio para que el movimiento de sus caderas al son de la cumbia en ese vestido negro logre mandarlo a la lona con el referí contando hasta 10.

Las dudas empezaron a aparecer. Apuró su trago, se paró, pero de repente se pidió otro y se sentó de vuelta. Se maquinaba la cabeza diciéndose que las lindas solo salen con los feos en esas películas mentirosas de Hollywood. Se daba coraje pensando en que por lo menos debía hacerlo. Debía intentarlo. Alea Iacta Est.

¿Era posible que ame tanto a una persona con la cual apenas cruzaba palabras? ¿Qué carajo era lo que lo cautivaba? ¿Por qué es ella? ¿Por qué no es otra? ¿Por qué no hay razones para lo que siente? ¿Por qué? ¿Estaba todo designado para que sea en esa noche cualquiera de primavera en el barrio suburbano de Villa Luro? ¿De quién es la voluntad? ¿De quién depende? ¿De si mismo? ¿De María? ¿De un ser superior? ¿Del contexto? ¿Del alcohol? ¿Quién escribe lo que vendrá? ¿Qué hace si fracasa? ¿Dónde se mete? ¿Vale la pena jugársela de tal manera?

Corazón vs Razón. La madre de todas las batallas. ¿Qué pesa más? ¿Quién toma las decisiones? ¿Quién gobierna este inestable país en estado de amor? ¿Gobierna su corazón? ¿Aquel corazón que hace que cada letra de cumbia, rock, pop o tango hable de María?. ¿Aquel corazón que hizo que la stalkee numerosas veces en busca de un puto indicio? Y ese cerebro que tiene, ¿es un privilegio o una cruz con la cual tiene que cargar? ¿Y si realmente es imposible? ¿Qué hacer si no es lo que María busca? No es el prototipo de chico ideal ni mucho menos. Es arriesgada la movida. All in y a rezar. Una derrota en este punto, ¿qué tan dura es? ¿Cómo es el balance final? Pero a la vez, ¿Está dispuesto a vivir con la incertidumbre del what if? Corazón o Razón. Razón o Corazón. ¿A cuál seguir?

Dos y media de la mañana. La gente bailaba al son de la cumbia. Las parejas se trataban de formar con algunos indicios de timidez o de exceso de alcohol. Pepe no podía perder ahora. No le podía ganar de mano ni Juan, Matías o Pablo. Pepe tenía solo una misión. Saber qué carajo es el amor. Estuvo siempre con gente que no amó y aquellas a quien sí amo, no fue correspondido.  Pepe suspiró fuerte, miró hacia el techo y avanzó hacia María. Le dijo Hola. Simple y claro. Agarró su mano y le dio una vuelta. Brazos extendidos replegándose para bailar. Empezó el juego

Pepe sabía que era ahora o nunca. Este era su momento. La única chance. La primera y la última. Inclinó su cuerpo y cerró sus ojos. El resto es historia conocida. Una historia en la que el corazón le dio un golpe de Estado a la razón. Donde por una noche se dio lo que se tenía que dar. Poco sé qué es de la vida de María o de Pepe después de esa fiesta. ¿Importa? La verdad que no. Porque ambos descubrieron qué es el amor, destruyeron a todos aquellos que pensaban que era imposible. Por una noche hicieron valer más al corazón que al frío uso de la razón. Una noche en la que la cursilería asesinó a Descartes. J´aime donc je existe. Amo, entonces existo.


Ignacio Leiva, Montevideo, 20 de agosto de 2017

miércoles, 16 de agosto de 2017

Basado en hechos reales

Doto de negra tinta el blanco papel virtual para luego borrarlo. La rutina es simple: escribo, borro, escribo y vuelvo a borrar. El teclado es mío, no me refiero al objeto material que poco tiene que ver, es mío el poder de escribir lo que sea: lo que pase y lo que deja de pasar. Voy casi cincuenta palabras y todavía no dije nada concreto. ¿Tiene importancia? ¿Por qué debería de tener importancia? ¿Dónde quedaron esos locos lindos que no dicen nada pero lo dicen todo? ¿Dónde quedó esa charla perdida sobre un tema al azar a las dos y media de la tarde viendo la gente pasar? ¿O dónde quedó esa misma charla pero a las cinco y cuarenta y cinco de la mañana con suficiente ron encima como para hablar como un experto de cualquier gansada? ¿Acaso si no es importante para uno deja de ser interesante? Las cosas realmente importantes para uno nada tienen de importante en el harén global, así como las cosas realmente interesantes carecen de importancia. Sin embargo, las cosas importantes para el globo, a todos no nos seduce con ningún tipo de interés.

Creo que ya me fui a la mismísima mierda. Van doscientas cincuenta palabras y monedas y son puras boludeces. Esto en realidad iba a ser una historia. Una historia común y corriente como todas. Pero la idea de pensar un principio y un final me atormentaban tan solo por el simple hecho que estas dos cosas definen el nudo. Yo diría que lo más importante e interesante está por debajo: que toda historia tiene algo que es subterráneo a sí misma. Así que ayúdenme en la locura de elegir un principio. O a tratar de establecer el principio para mi historia, identificar la causa primera.

Los personajes los tengo más o menos pensados. Uno soy yo. ¿Ustedes creían que me perdería estar en una situación como esta? Pongámosle un nombre x, el que quieran, cambiémosle un poco su estructura física, su personalidad, pero muy en el fondo (y que esto quede entre nosotros) siempre voy a ser yo, con mi imaginación, mis fantasías, mis realidades, mis tabúes, mi subconsciente, mi inteligencia o mi tontera. Aunque también podría estar jugando con ustedes y no ser yo aquel personaje habiéndolos engañado.  A este alter ego le falta el otro personaje. Y ese sos vos. No, vos que me estás leyendo no. Sos vos que estás en mi mente, un concepto todavía no corporizado, una vaga idea basada en un idealismo choto y banal occidental. ¿Quién sos? ¿Afrodita? ¿Atenea? ¿Una mezcla entre razón y belleza? No, sos más que cerebro, cuerpo o corazón. Sos química, una reacción que hace que sea pleno cuando esté al lado de este concepto que todavía no existe, ¿o si?

Sinceramente no me sale otra cosa que las historias de amor. También puede ser que todo sea una historia de amor, y que las demás emociones y contextos tan solo sean un marco práctico para la historia de amor. No existe la vida sin amor, no debería existir la vida sin amor y es quizá por eso que hoy en día este personaje que en el fondo soy yo sea completamente despreciable. Solo hay una razón para ello: nunca amo ni fue amado.

Intentará encontrar a este concepto idealizado no corporalizado en muchas mujeres. La mayoría casi la totalidad no le dará ni la más mínima pelota a nuestro personaje. Y el resto lo decepcionará. No llegarán a ser ese concepto para nuestro perfeccionista alter ego. Se cerrará tanto en la búsqueda del amor puro que se olvidará del trayecto, de los errores, de besos calientes, de besos frios, de sabanas arrugadas, de desayunos matutinos, de cervezas nocturnas , de chamuyos baratos y de palabras vacías. Quizá en todo este tiempo la otra protagonista tuvo la misma vida, con el mismo proceso. Se habrán juntado miles de veces, se habrán cruzado, se habrán visto, se habrán buscado pero a la vez por el contexto nunca se la jugaron por ese destino perfecto. Estaban cerrados y no lograron abrirse a amar. La cantidad de posibilidades son infinitas. Así es el amor, así de loco, así de hermoso, así de triste, así de feo, así, así, así, amor, amour, love, laská.


Llega el momento de escribir un final. ¿Y cual es? ¿Cómo termina una historia de amor? El nudo es fácil, el principio es delimitar un punto en el que dos almas se conocen. Pero, ¿el final? ¿Cómo terminar una historia? O peor, ¿cómo ponerle un fin a algo que realmente no existió? Porque en realidad nunca existió demostración en el plano real de este amor, tan solo habitó en el platónico mundo de las ideas. Tan solo fue energía no corporalizada, especial para un concepto no corporalizado que de a poco fue tomando cuerpo y forma pero ya es tarde para amar al cuerpo, ya está en manos de otro. Quizá es tiempo de conformarse con equivocaciones, o tal vez ese concepto estaba errado y ella era la equivocación. Tal vez tan solo existe el concepto y es inmaterializable porque los humanos tenemos defectos. Y tal vez, casi seguro, el amor está en lo que nos molesta del otro. Es por eso que no puedo escribir un final, porque no puedo escribir un principio ni un desarrollo. Todo porque esta historia, basada en hechos reales, tan solo no existió nunca. 

sábado, 12 de agosto de 2017

Locura en la Calle Caracas

Probablemente esté loco. Y probablemente vos lo sepas, y hasta quizá lo asumas. Seguramente te estarás preguntando qué carajo estoy haciendo. Y la verdad que no tengo una explicación para darte de por qué estoy en la puerta de tu casa tirándole piedritas a una ventana  en pijama y en un estado de ebriedad no evidente pero sí notorio. Quizá mi trabajo no sea el de darte una explicación pero siento que es necesario que te la brinde. 

Estoy acá y así porque conocí a una chica. Ya la conocía de nombre y con algunas actividades en común hacía un tiempo pero realmente en estos últimos meses la conocí de verdad. Creo que lo más difícil de una historia es ponerle un principio. ¿Cuándo empieza algo? ¿En el instante 0? Parece una respuesta bastante obvia sin embargo me permito dudar en ¿cuál es mi minuto cero? ¿Existe un minuto cero? Quizá si entendemos a la vida como una sucesión de causas y consecuencias el minuto cero de esta historia sea mi nacimiento o el de ella, o el del tabernero de alguna ciudad española en el siglo X que luego su descendencia diez siglos más tarde vino al Sur y terminó formando mi familia. Qué sé yo. Pero para simplificar todo o por lo menos gran parte de esta historia compleja situaremos en el inicio en aquella noche.

Las noches tienen algo distinto. Mirá la pelotudez que te estoy diciendo pero es así. Tienen algo distinto, algo especial. Y ni hablar de las noches de lluvia, esas fueron creadas para ser cruciales. La llovizna es un arma de doble filo. Por un lado alienta a aquellos fogosos amores a compartir un paraguas, un abrazo, una campera o tan solo la pobre existencia en este plano. Pero por el otro, es amiga del Diablo y logra ser un determinante componente de la depresión y un agravante serio de la puta soledad. Como podrás adivinar, obviamente que esa noche llovió y vaya que llovió, mucho, demasiado pero poco importó.

Esta chica no era mi gran amiga, solo era una más en un grupo de seis. Grupo de seis que salimos esa noche de lluvia a un bar barato de mala muerte a tan solo ver pasar el reloj, a simplemente vivir, existir, ser nosotros, reir un poco porque al fin y al cabo eso es lo que nos diferencia de los animales como dijo el gran Dolina. Habíamos tomado, no te puedo negar eso, vos me conocés pero la verdad es que no estaba pasado, ni un poco. Ella tampoco pero no sé lo que pasó

Las gotas caían pesadamente sobre mi pelo y mi ropa. La camisa mojada se me pegaba al cuerpo y los zapatos me hacían resbalar por las calles oscuras y destruidas del barrio de Flores. El Ángel Gris nos miraba de lejos caminar por la calle Caracas. Eramos ella y yo, bajo un paraguas que dejaba de funcionar y nos mojaba más de los que nos protegía. Ella y yo, dos cuerpos toscos que se chocaban buscando algo, algo que encontramos en la mano del otro, algo que hallamos en los labios del otro en la esquina de Yerbal, en la de Rivadavia, en la de Falcón, en cada una de las esquinas que siguieron.

Los siguientes días de aquella vez que la lluvia nocturna nos tentó fueron muy raros. Lindos pero raros. Maldita razón que no nos dejaba ser. Con ella me vi un par de veces, estoy minimizando y jodiéndote, obvio que nos vimos todos los días. Y esta vez, el Sol vio aquel espectáculo que se perdió privatizado por la Luna que no lo dejó participar. Conquisté miles de veces, conozco el truco, tengo algo que me hace saber qué decir en cada momento y quizá eso compensa una cara que no es de lo más envidiado. Fueron miles de veces pero nunca, jamás me había pasado esto. No podía soltar a esta chica, no podía descartarla como lo he hecho cada una de esas miles de veces, y tampoco podía dejar que me descarte como ella hizo con similares otras miles de veces.


Esa maldita indefinición que siguió por tres meses hasta esta puta noche. ¿Qué carajo somos? ¿Novios? ¿Amigos? ¿Amigos con derechos? No quiero jugar a este juego de sábanas arrugadas y besos mojados sin el romance posterior, no quiero ser solo materia, no quiero tampoco perder tus besos. Y sé que esta maniobra es arriesgada, y sé que tomé cuatro o cinco Camparis antes de llegar hasta acá, sé que estoy con la camiseta de All Boys, un short violeta y crocs corriendo por la Avenida Alberdi, sé que puede ser una locura pero te amo. Sí, a vos te hablo. Vos sos esa chica, esta vez los Refutadores de Leyendas no me van a ganar, una vez seamos locos, dale que está por llover. Baja y dame un beso de esos que solo la calle Caracas sabe rememorar. Seamos más que amigos, más que amigos con derechos. Seamos amigos con derechos y obligaciones. Seamos el uno para el otro, que el resto no importa. Dale que Flores es el lugar indicado, que es esta madrugada, ¿qué importa el mañana?.  

martes, 8 de agosto de 2017

Amor de colectivo

Hay sucesos que no se pueden explicar, que resultan completamente inverosímiles para el común de la gente pero a la vez, estos hechos inexplicables son aquellos que le dan movimiento al mundo. Son estos acontecimientos los que le dan de creer al mundo, los que alejan la visión netamente cuadrada que tanto atrasa y permite a la mente afirmar que todo es posible y da lugar a una fe ciega en la vida.

Nunca voy a poder olvidar ese momento. Yo estaba sentado en la parada del colectivo, Bestiario y Julio acariciaban mis ojos con esa prosa destacada. Eran las cinco de la mañana de un sábado. Yo había ido a un boliche de esos de moda a tratar de olvidar el mal de amor que penaba mi alma y a pasar un rato con mis amigos. La clásica. Pero a veces la vida te da un poquito más. En el bolsillo interior de mi tapado negro siempre guardaba un libro. No importaba si tenía que ir a correr, a bailar, a tomar, a rendir, a cursar, a lo que sea pero siempre tenía que tener un libro en mi bolso, mochila o bolsillo. En mi auricular sonaba La era está pariendo y el arpegio de Silvio lograba tocar lo más profundo de mi alma. Fue en esa noche de invierno nublada de junio en la que te vi.

Entraste por la calle Honduras a la plataforma y te sentaste al lado mío. El maquillaje corrido y tus ojos vidriosos delataban que habías llorado y tu ropa que habías salido. Te sentaste de manera rara, te desplomaste en el asiento en una señal de alivio, de pena y de dolor. Sacaste de tu cartera un cigarrillo, lo encendiste pero nunca lo fumaste. Tan solo estaba ahí entre tus dedos como descarga de toda amargura. El segundo paso fue sacar un libro, abrirlo en la pagina seleccionada y ponerte a leer.

Hay quienes dicen que las casualidades no existen pero que alguien me explique cómo puede ser que en ese hermoso momento hayas sacado Bestiario. Después de un minuto te sentiste incómoda con algo en el libro, sacaste una birome de tu cartera, un anotador y con el libro en la mano derecha y el Congreso en la izquierda ibas subrayando y transcribiendo.

Recuerdo esa imagen y quiero congelarla por el resto de mis días. Yo era un escritor de poca monta o por lo menos me comía ese personaje. Y ver semejante belleza escribiendo con su mano derecha a una velocidad sumamente impresionante me conmovió hasta la parte más recóndita de mi alma. Me daba mucha curiosidad saber qué carajo estabas escribiendo y en esta disiento con Ernest y con Woody: hubiese opinado que era buena. No sé por qué, podía apostar por ello. Estaba segurísimo. Trataba de descubrir qué parte del libro estaba llamando tu atención pero no podía y eso frustraba mis sentimientos haciéndome volver a mi lectura y conformarme a simplemente verte de a parpadeos.

De golpe, veo que empezás a llorar muy fuertemente. El libro no encuentra tu consuelo y el anotador no logra ser el placebo que andabas buscando. Ni hablar del cigarrillo casi consumido al que le diste apenas una pitada para tirarlo a la Avenida Juan B. Justo. No era un hombre con buena autoestima, para nada, ni tampoco un hombre de tomar riesgos. Lo inseguro no era lo mío. Tampoco creía en las Cenicientas, en las remontadas ni en los milagros. La vida era, hasta ese momento, tan solo un conjunto de ecuaciones matemáticas de probabilidad y si algo tenía un 50% de chances de fracasar iba a fracasar.

Pero hay trenes que pasan solo una vez, hay cosas que no se vuelven a repetir, situaciones que son a todo o nada. Eventos en los cuales hay dos caminos y ya no sirve la famosa tibieza de la avenida del medio y la tercera posición. Hay veces que hay que jugar el juego, poner all in sin ver tus cartas, esperar el milagro, sentir la vida en su máxima expresión. Porque si la vida es un juego, hay que jugarlo y de poco sirve quedarse con lamentos absurdos de lo que hubiese pasado. Hay que testearlo.

Guardé el libro en el bolsillo interno, enrollé los auriculares y los puse en el pantalón y me dispuse a hacer mi movimiento. Tomé coraje, mucho coraje y te saludé y te pregunté por qué llorabas. Tu voz dulzona y triste me cautivó desde ese primer instante. Hablamos y vaya que hablamos. Me contaste lo de tu ex que esa noche besó a tu mejor amiga, me contaste de la vida, te conté de la mía, sentimos juntos. Pasaron los 34 y los 166 que ambos estábamos esperando. Tan poco importó el contexto que empezamos a caminar hacia el lado contrario sin ningún rumbo tan solo el nuestro.


Llegado al Rosedal comenzó a llover, mi tapado sirvió de paraguas y tus ojos de mi veneno. Que si  Rayuela está sobrevalorado, si la Maga es una boluda, hay-heste-Holiveira. Si la filosofía es una palabra hoy malinterpretada y milipilizada. Si la vida tiene sentido, si la casualidad existe en este momento en el cual el tiempo no corre y la vida no sigue. Si vos y yo estamos acá por algo, si el destino nos guió o tan solo fue una simple causalidad. Si yo hubiese ido para otro lado, ¿qué hubiese pasado? ¿Y si no sacabas el mismo libro que yo? ¿Y si no llorabas? ¿Y si hubiese sido un cagón como lo fui durante toda la vida? Si todo esto hubiese sido así, ¿Te hubiese besado igual algún día? ¿Hubiese amanecido tan lindo como amaneció ese día en el que nuestros cuerpos abrazados en el Rosedal tirados en el pasto mojado se besaron por primera vez? ¿Hubieses sido mía? Si todo esto no hubiese pasado, ¿Hoy te estarías casando conmigo o serías otra? Gracias a la vida que decidí jugar este maldito juego en el que al fín he ganado