martes, 26 de septiembre de 2017

Waterloo

La noche cae silenciosamente en mi suburbano barrio, una música dulce de arpegios cubanos me endulza la oreja, la poesía que estoy leyendo no logra entrar en mi cerebro y estoy cercano al hartazgo. Prendo el televisor y están dando lo mismo: un par de tetonas bailando reggaetón y después puteandose mientras el Diablo le desea una buena noche a todo el continente, un patético round de MMA disfrazado de panel en el que pocas ideas se debaten y muchas chicanas insulsas se disparan y para colmo, en el partido de tribunas vacías y juego mezquino está ganando el que no me conviene.

Desde mi cuarto logro escuchar la lluvia golpeando contra el pavimento y el agua acumulada fluyendo por la alcantarilla. Mi espalda se encorva, mi celular se ilumina y tu foto sigue estando en primera plana. Mi anotador está vacío de ideas decentes pero lleno de palabrerías carentes de uso. Gol de aquellos de azul y rojo que me condenan de a poco a descender, apago la televisión con bronca, doy media vuelta sobre las sabanas, lanzo un disparo certero con mi croc izquierda que pega en el interruptor y queda todo a oscuras. Tu foto de Instagram con un corazón rojo es lo único iluminado en esta habitación.

De repente escucho un ruido fuerte y me sobresalto. Siento que el corazón se me va por la boca y no puedo dejar de respirar bocanadas profundas. Me vuelvo a girar media vuelta hacia la puerta. Es ahí cuando la veo. La conozco, la reconozco, la distingo, ya sé quién es. Con ese vestido azul, con esos tacos rojos, con la boca pintada carmesí, con su pelo morocho ondulado hasta la altura del busto y con ese libro en la mano. Ya sé quién sos, sos vos, Soledad.


Hace un año que vengo penando con este dolor interno, con este miedo de que algún dia vuelvas a aparecer en mi camino. Porque no sos más que la sola figura representativa de lo que alguna vez fui, de lo que algunas vez pudo haber sido, de las derrotas que no quise perder y las victorias que no quise ganar. Y sé que aunque haya sido lo mejor que me pasó en la vida daría lo que fuera por volver a ese instante justo antes de conocerla, justo a ese momento antes de querer burlarte Soeldad, justo a ese momento en el que el mundo me sonrió, tan solo para recordarme que los cuentos de hadas no existen, que los batacazos no sirven, que la gente te desilusiona, que el miedo paraliza, que es normal llorar por las noches y que en un año me ibas a visitar y esto no va a ser Waterloo, no te derrotaré y tu Imperio sombrío seguirá sometiendo mis débiles territorios.

lunes, 18 de septiembre de 2017

La insoportable angustia del ser

Las luces del amanecer lograban cegar los ojos del escritor. El reloj acusaba las seis de la mañana y él todavía no había podido pegar un ojo. Todavía seguía vestido con la camisa, el pantalón y los zapatos. Hacía una hora que había llegado a su casa y la hoja continuaba en blanco. Es de público conocimiento que algunas madrugadas (por no decir todas) son asesinas a sueldo guiadas por la soledad, por el subconsciente, por el fracaso o por la existencia misma del ser humano.

¿Por qué seguir intentándolo? ¿Qué gana el escritor en esta búsqueda imposible? Está yendo directo a una jaula de leones hambrientos vestido con un traje de carne. Cada noche es un intento suicida. Cada noche es un intento de salir de una racha que lo atormenta pero tan solo se mete más y más en ella. Cada noche es un manotazo de ahogado en el que ya dejó de haber burbujas hace un rato. Cada noche no es más que ratificar que sigue en pelea aunque la lona ya la besó mil veces y el referí ya haya contado hasta diez y se haya ido a su casa.

Lejos queda aquel oasis en el que el what if le torturó la cabeza. Y eso hace que no deje de estar obsesionado con algo que jamás pasó y que nunca pasará. Tampoco puede mover para adelante ya que no hay nada más allá. Ella fue lo más cercano que tuvo a algo en estos últimos años. Y sin ella, se quedaría huérfana la idea de que en algún momento hubo una época de oro. Sería una mala racha con una fecha de inicio incierta y una fecha final tan ansiada como lejana.

El escritor sabe que depende de sí mismo, y eso es lo que más miedo le genera porque sabe que él es el único culpable de este dolor intenso que siente, de esta angustia insoportable que solo sirve como agravante en este crimen hacia su autoestima. No sabe ni quién es. Tiene que elegir entre un romántico sin amor, un escritor sin talento o un idealista sin ideas. Y sabe que sigue estando ahí cada noche porque siente una llamada perdida del destino, una llamada perdida que nunca se devolverá, una llamada que no era más que la promoción de un call center barato pero que para él es la mínima chance de terminar esta tortura.

El escritor toma agua y desea que sea el sex on the beach que tomó hace tres horas. Borra, escribe y llora, en el orden que quieras. Piensa en el por qué, qué carajo hizo para estar sufriendo esto, si fue su culpa haber nacido feo, timido, aburrido o una mezcla de las tres. Sabe que no es partido para nadie y se contenta con ser el peor error de alguien pero ni eso es posible en una noche de bilirrubina alta pero de chances concretas bajas. Llora, llora mucho, desecha toda esa angustia que hace más de un año vive en él pero igual siguen quedando residuos. Basuras como la falta de confianza, la falta de experiencia, la desesperación, la soledad, los escritos malos en tercera persona autorreferencial o la simple tortura de no saber qué jocara hacer de su vida.

Las noches son crueles, no cabe duda. El escritor sufre, llora mucho, grita un nombre y lo maldice sin sentido. Se concentra en ese nombre y se da cuenta que no es más que su nombre. Su enemigo es él, su enemigo es su cabeza que sobrepiensa y su corazón que exagera sus sentimientos. Su enemigo es su arma, su enemigo es su escritura. Su enemigo es él mismo. Es él mismo el que se convence que el amor no existe aunque se muere de ganas de sentirlo. Es él mismo quien se frena cuando quiere avanzar, es él mismo quien lo boicotea, es el escritor el único al que le importa el escritor. Seca sus lágrimas, toma un sorbo de agua, borra entero este cuento de mierda que piensa publicar y se pone a dormir. Antes de cerrar los ojos promete no salir más a buscar el amor pero sabe que no lo va a cumplir y que dentro de siete días exactos volverá a odiarse, volverá a escribir y volverá a sentir esta insoportable angustia porque no se puede renunciar a sí mismo, por suerte.


Ignacio Leiva, 18 de septiembre de 2017

Primera parte: El escritor