miércoles, 29 de noviembre de 2017

Milagros

A ver, sí, soy medio pelotudo. Lo reconozco, lo tengo que reconocer pero bueno, vos sabés cómo es esto. Sabés que aparece y que me hago agua, sabés que con tan solo oler ese perfume berreta mi cara se transforma, mis sentidos dejan de funcionar normalmente y quedo un 83% más estúpido. Pará, no la insultes así, dejá que te cuente la historia bien. Dale, te sirvo otro ferné. ¿60-40? Dale, dale, se me hacía que eras medio marica pero bueno. Ponete cómodo que ahí voy.

La conocí en la pileta del Gordo. El Gordo, sí, Palacios, ese mismo, el del otro curso. No me interrumpas más, ¿dale? No seas ansioso. Era una tarde de enero hace tres años, 27 grados, sol pleno, me acuerdo que ese día jugaba el Rojo un clásico de verano que le llenamos la canasta a Racing, mirá de la gilada que me acuerdo.  Bueno, la mina. Jugamos un picado, no me acuerdo contra quienes pero me acuerdo que perdimos fiero. Porque viste que hay derrotas y derrotas, están esas que bueno por uno o dos goles y no llegaste pero no, esta nos sacaron como diez goles de ventaja, paseo, toquecito, no sabés la calentura que tenía boludo. Me acuerdo que al petisito este, ¿cómo se llamaba? Morales, sí,  a ese le pegué una murra de aquellas pegadito a lo que vendría a oficiar de lateral. De atrás, cuando él ya había girado, de caliente, con la pierna izquierda en la pantorrilla. Se armó medio un tumulto, claro, ellos nos estaban pintando la cara y nosotros estábamos que no dabamos más. Además, ahí logro recordar, eran unos amigos del Gordo de no sé dónde y perder así era herir nuestro orgullo.

Cuestión que me levanto de pegar la patada, todavía puedo sentir el pasto húmedo en mi torso desnudo cuando la vi a ella. Boludo, me puse muy nervioso. Estaba quedando como el reverendo culo, además resulta que este Morales que se había pasado de bando medio que la tenía chamuyada y ella salió en socorro de él. Claro, la jugó linda. Yo atiné a primero tratar de poco hombre al central de ellos, correrlo con mi brazo izquierdo e ir en auxilio del Morales que estaba intentando pararse de la mano de ella. Me paré del otro lado y le pedí perdón en todos los idiomas que sabía: porteño, español gallego y conurbanense. Ella tendió a solo darme una sonrisa, de esas medio de compromiso medio de risa verdadera, en la cual el mechón de pelo rubio se le corría hacia su izquierda por la expulsión de aire y sus ojos color miel se posaron en los míos.

Cebado, no, ¿qué decis enfermo? No, ¿Cómo le voy a tirar la boca ahí? La situación daba más para campal que hacer la de La La Land. Esperá, no seas ansioso nene. Ya era de tardecita y estaba en la pileta, yo estaba tomando un Cuba Libre cuando la vi y me decidí que era el momento. Vos me conocés y sabés lo que me cuesta ir a hablarle a alguien del sexo opuesto, te juro que nunca había estado tan nervioso en mi vida. No te rías pelotudo, sí, le pregunté eso. ¿Vos crees en los milagros? No, no me hice evangelista. No ese tipo de milagros, vos me entendés, hablaba de esos batacazos que contra todo pronóstico lográs un resultado positivo. La mina no me contestó, fue un golpe durísimo, como si el mismísimo Mike Tyson me haya clavado una zurda y se haya comido mi oreja sazonada con un poquito de barbacoa.

Si hay algo que en ese momento me prometí es que no me iba a rendir tan fácil, en términos reales tan solo le había preguntado una cosa. Está bien, es un poco raro y filosófico para el entorno pero fue la manera que se me ocurrió. Es que en cierta manera una respuesta negativa cortaba todo. ¿Por qué? Después en la facultad leí a un autor de economía que gustó mucho, Wallerstein, y logré poner en conceptos claros esto que siento. Él decía que había una dependencia centro-periferia. Todos temas de guita que mucho no cazo, mas no sé si lo interpreté bien pero qué más da. Pero lo que yo propongo es una dependencia centro-periferia en cuestiones del amor. Hay algunos que nacieron para ganar, y otros que nacimos para perder. Y eso no me lo puede negar nadie. Sumémosle ya a este “destino manifiesto” que existe un sistema de belleza y atracción que no es el óptimo para la supervivencia del menos dotado de ciertas habilidades requeridas por el sexo opuesto. Sí, qué sé yo, me pegó medio el bajonazo. Sin embargo con el tiempo logré desmentir este sistema perverso gracias a la comprobación de que los milagros existen.

¿Cómo hago yo esa afirmación? Y si, mirá el minón con el que estaba. Ella era mi mundo. Fui, le hablé de la patada a Morales, me justifiqué, pedí perdón y me quedé hablando. Recuerdo que analizamos a Maquiavelo  en un estado de ebriedad evidente, el fin justifica los medios. Le dimos vuelta a la frase durante horas, en una conversación que tenía de testigo a un farol que daba luz amarilla en la parada de bondi de Pilar, la Luna y nosotros dos abrazados a pesar de que nos habíamos conocido esa misma noche.

Los días posteriores fueron de nerviosismo y mucha histeria. Claro, yo nunca había estado con una mujer, nunca había salido con una y a mis dieciocho años eso no era muy normal y hacía que mi inexperiencia me juegue una mala pasada como un pibe que está verde para jugar un clásico o un equipo chico que juega la Sudamericana por primera vez y se agarra a piñas hasta con el utilero de los árbitros. Muchas idas y vueltas, salidas, charlas, autores. Recuerdo hablar de Cortazar, de Borges, de Bukowski, de Tolstoi, Nabukov, podría seguir un tiempo pero veo que ya te terminaste el fernet. ¿Querés otro o abro una birra? ¿Seguro? Bueno, ahí va

Sí, después viene la historia conocida. Los dos años de novio, qué locura. Eramos el uno para el otro, éramos carne, corazón y espíritu. Éramos un conjunto hermoso, una orquesta vienesa, éramos la muestra cabal de los milagros existentes y ella la demostración de que los ángeles son reales y que la teología la vaya a buscar al ángulo que en esta, nosotros, los mortales explicamos lo inexplicable.  Cada mañana era una charla especial, cada tarde era una risa mejor, cada noche era una pasión más grande.

Pero, querido amigo, déjame decirte, no todo es perfecto. Todo lo que puede salir mal, va a salir mal. Sí, ya sé que es un poco fuerte pero es la verdad. No me calmo nada, estoy bien en serio. Sí, ya sé que es pesimista, pero ¿qué le voy a hacer? Se fue con otro, y están bien. Todavía están juntos, se aman, charlan de lo mismo que yo, y probablemente él la hace diez veces más feliz y es por eso que tengo que aceptar mi derrota. Sí, es como en el picado, si te pasearon tenés que irte con la cabeza en alto y aceptar la humillación.

Claro, empecé diciendo por qué soy un pelotudo y que ella me puede y todo eso, bla bla bla. Ayer fue el cumpleaños del Fede. No lo conocés, es uno de los amigos de ella que después se hizo amigo mío por esas cosas de la pareja. Era la primera vez que la veía desde aquella noche en la que me enteré que era más parecido a un alce de lo que imaginaba, para serte sincero yo estaba entero, duro, firme cual central del Ascenso. Pero nunca pude imaginar lo que me iba a pasar cuando esa mirada me fulminó con crueldad y nostalgia de viejos tiempos mejores. Ni hablar cuando pronunció sus palabras mágicas “sí, existen. Este milagro se llama amor” y me rompió la boca de un beso en un árbol viejo y oscuro como si estuviésemos tres años atrás, como si fuera una de esas noches en las que nos fundíamos en uno, como si fuera aquel tiempo en el que analizábamos autores y nos reíamos imaginándolos en situaciones cotidianas, no sé. Ahora discúlpame que tengo que cambiarme, ¿a la previa? No, ni loco voy. Hoy me toca analizar a Schopenhauer con un kilo de dulce de leche granizado. Qué sé yo, uno no puede renunciar a sus creencias y su ingenuidad, a ver si este milagro se me da. Nos vemos!


Ignacio Leiva, Villa Martelli, 29 de noviembre de 2017

martes, 21 de noviembre de 2017

Mentira la verdad

Hace un tiempo que estoy pensando de cómo iniciar esta historia. Llegué a la conclusión que lo mínimo que puedo hacer es pedirles perdón por estas líneas repletas de melancolía, nostalgia y un aire a pesimismo. Pero sin embargo no puedo evitar advertirles eso porque está historia juega con eso, con los limites modernos de la fantasía y la realidad. Verdad la mentira, mentira la verdad. Perdón por mi rol de filósofo barato moderno milipilizado (aunque mis zapatos de goma no los tengo). Paso a explicar.

Fue un día de lluvia en una ciudad violeta como Buenos Aires. La formación del subterráneo estaba bastante vacía, probablemente era porque era un día de lluvia y la gente prefiere sacar sus autos o tomar taxis en vez de empaparse en su afán de llegar al centro en un día de primavera en la que además de la mencionada precipitación, también hacía muchísimo calor.

Mis ojos se estaban indignando pero deleitando con un relato machista y voraz de Charles Bukowski que me repugnaba por sus ideas pero me fascinaba por su modo reo de escribir. Mis oídos estaban viajando al submundo de la nostalgia y el bajonazo gracias a la voz lenta y ronca de Iván Noble que luego fue aleatoriamente cambiado a un pop melancólico de Tan Biónica que pudo rematar este 2 a 0 de mi corazón a mi ánimo. 

Fue entonces cuando decidí darle pausa a la voz falopera de Chano para poder concentrarme en los versos de Charles y disfrutar de su innecesaria rudeza y sexualidad. A los tres segundos la formación entró en la estación Scalabrini Ortiz y subieron dos pibes. No superaban los dieciséis años. Eran tres, andaban con el uniforme de un colegio privado que no distinguí y como todo adolescente (lugar que a mis dieciocho años también ocupo) estaban hablando a los gritos. Los tres se sentaron enfrente de mí en hilera. Se notaba que estaban contando anécdotas. Uno lo puede presuponer porque uno hablaba, dos escuchaban atentamente y en un punto (supongo yo que en el momento del remate) los tres estallaban en una carcajada que podía llegar a escucharse desde Corea del Norte pero lo suficientemente inocente como para pegártela a vos que no escuchaste ni tres carajos de lo que ese púber había dicho.

Me gustaría decir que fue un alivio esa risa matutina de los tres adolescentes después de Iván, Chano y Charles. Decidido, bajé el volumen de mi auricular e hice un esfuerzo por colarme en la conversación, escuchando desinteresadamente esas historias. Sin embargo, con mucha mala suerte para mi curiosidad solo llegué a escuchar una frase. La dijo el rubiecito de la izquierda antes de poner su pie derecho en el andén rojo de la Estación Bulnes. Mi reacción fue inmediata, me quedé estático, reflexivo, elegí un tema que no me gusta de Fito, saqué un anotador y con tinta azul la inmortalicé en el papel virgen blanco.

“Andá a chequearlo a la concha de tu madre” La frase es conocida, pero denota un aspecto social interesante. ¿Cuál es la necesidad que tenemos de que todo sea verdad? Esta sociedad tiene muy subestimada la mentira. Yo reconozco al instante un buen contador de anécdotas, probablemente la mitad de esas o quizá más sean falsas o simples adulteraciones de los hechos para que suenen cómicos, risueños, shockeantes, ejemplificadores o moralejas. Por mi parte no soy un buen anecdotista, quizá tampoco lo sea imaginando historias pero aprecio mucho el arte de mentir en esas situaciones. Obvio que no quiero avalar la mentira en algunos ámbitos como el amor en donde es menester que prevalezca la verdad.

Pero, ¿qué cambia realmente si es verdad o mentira una anécdota risueña de sábado por la noche o de subte cuando lo único que se puede hacer es reír? ¿Cómo sería nuestra vida si solo se pudiese contar cosas realmente verdaderas e interesantes? ¿De qué hablaríamos? ¿Quién tiene una historia para contar todos los días? Probablemente nos quedaríamos sin trovadores, sin leyendas urbanas, sin mitos, sin historias, sin rumores boca a boca, nos quedaríamos sin esa cosa que le da vida a la ciudad: su gente. Hablaríamos de cosas fácticas: Boca ganó 2 a 0, El Polaco se fue del Bailando, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Imagínense lo aburrida que serían esas charlas. Sin embargo, también odio la mentira descarada. Así que propongo algo: una especie de contrato social de Rousseau. Dejemos contar las cosas, dejemos que los trovadores imaginen historias y cambien sus realidades, dejemos que se digan cosas que no son ciertas, juguemos al límite de la realidad y la fantasía pero todo tomémoslo con pinzas sabiendo que estamos siendo engañados y dejémonos ser  engañados. Total las verdades se dicen en los momentos justos. No en un subte llegando a la estación Bulnes, las verdades se dicen en esos momentos cruciales, en momentos de intimidad aunque estemos en público. La verdad es tan fuerte y tan valiosa que no merece ser desperdiciada en una formación con olor a culo, o en una charla insípida e insignificante en un ascensor, o cuando estemos por comer un asado y el alcohol ya está haciendo efecto. La verdad se dice cuando el tono es verdadero y se sabe que la otra persona es verdadera y puede soportar la cruda verdad. De más está decir que esta historia es puro cuento y nada de lo que pasó es cierto. ¿Firman?


Ignacio Leiva, 21 de noviembre de 2017, Villa Martelli