A ver, sí, soy medio pelotudo. Lo reconozco, lo tengo que
reconocer pero bueno, vos sabés cómo es esto. Sabés que aparece y que me hago
agua, sabés que con tan solo oler ese perfume berreta mi cara se transforma,
mis sentidos dejan de funcionar normalmente y quedo un 83% más estúpido. Pará,
no la insultes así, dejá que te cuente la historia bien. Dale, te sirvo otro
ferné. ¿60-40? Dale, dale, se me hacía que eras medio marica pero bueno. Ponete
cómodo que ahí voy.
La conocí en la pileta del Gordo. El Gordo, sí, Palacios,
ese mismo, el del otro curso. No me interrumpas más, ¿dale? No seas ansioso.
Era una tarde de enero hace tres años, 27 grados, sol pleno, me acuerdo que ese
día jugaba el Rojo un clásico de verano que le llenamos la canasta a Racing,
mirá de la gilada que me acuerdo. Bueno,
la mina. Jugamos un picado, no me acuerdo contra quienes pero me acuerdo que
perdimos fiero. Porque viste que hay derrotas y derrotas, están esas que bueno
por uno o dos goles y no llegaste pero no, esta nos sacaron como diez goles de
ventaja, paseo, toquecito, no sabés la calentura que tenía boludo. Me acuerdo
que al petisito este, ¿cómo se llamaba? Morales, sí, a ese le pegué una murra de aquellas pegadito
a lo que vendría a oficiar de lateral. De atrás, cuando él ya había girado, de
caliente, con la pierna izquierda en la pantorrilla. Se armó medio un tumulto,
claro, ellos nos estaban pintando la cara y nosotros estábamos que no dabamos
más. Además, ahí logro recordar, eran unos amigos del Gordo de no sé dónde y
perder así era herir nuestro orgullo.
Cuestión que me levanto de pegar la patada, todavía puedo
sentir el pasto húmedo en mi torso desnudo cuando la vi a ella. Boludo, me puse
muy nervioso. Estaba quedando como el reverendo culo, además resulta que este
Morales que se había pasado de bando medio que la tenía chamuyada y ella salió
en socorro de él. Claro, la jugó linda. Yo atiné a primero tratar de poco
hombre al central de ellos, correrlo con mi brazo izquierdo e ir en auxilio del
Morales que estaba intentando pararse de la mano de ella. Me paré del otro lado
y le pedí perdón en todos los idiomas que sabía: porteño, español gallego y
conurbanense. Ella tendió a solo darme una sonrisa, de esas medio de compromiso
medio de risa verdadera, en la cual el mechón de pelo rubio se le corría hacia
su izquierda por la expulsión de aire y sus ojos color miel se posaron en los
míos.
Cebado, no, ¿qué decis enfermo? No, ¿Cómo le voy a tirar la
boca ahí? La situación daba más para campal que hacer la de La La Land. Esperá,
no seas ansioso nene. Ya era de tardecita y estaba en la pileta, yo estaba
tomando un Cuba Libre cuando la vi y me decidí que era el momento. Vos me
conocés y sabés lo que me cuesta ir a hablarle a alguien del sexo opuesto, te
juro que nunca había estado tan nervioso en mi vida. No te rías pelotudo, sí,
le pregunté eso. ¿Vos crees en los milagros? No, no me hice evangelista. No ese
tipo de milagros, vos me entendés, hablaba de esos batacazos que contra todo pronóstico
lográs un resultado positivo. La mina no me contestó, fue un golpe durísimo,
como si el mismísimo Mike Tyson me haya clavado una zurda y se haya comido mi
oreja sazonada con un poquito de barbacoa.
Si hay algo que en ese momento me prometí es que no me iba a
rendir tan fácil, en términos reales tan solo le había preguntado una cosa.
Está bien, es un poco raro y filosófico para el entorno pero fue la manera que
se me ocurrió. Es que en cierta manera una respuesta negativa cortaba todo.
¿Por qué? Después en la facultad leí a un autor de economía que gustó mucho,
Wallerstein, y logré poner en conceptos claros esto que siento. Él decía que
había una dependencia centro-periferia. Todos temas de guita que mucho no cazo,
mas no sé si lo interpreté bien pero qué más da. Pero lo que yo propongo es una
dependencia centro-periferia en cuestiones del amor. Hay algunos que nacieron
para ganar, y otros que nacimos para perder. Y eso no me lo puede negar nadie. Sumémosle
ya a este “destino manifiesto” que existe un sistema de belleza y atracción que
no es el óptimo para la supervivencia del menos dotado de ciertas habilidades
requeridas por el sexo opuesto. Sí, qué sé yo, me pegó medio el bajonazo. Sin
embargo con el tiempo logré desmentir este sistema perverso gracias a la
comprobación de que los milagros existen.
¿Cómo hago yo esa afirmación? Y si, mirá el minón con el que
estaba. Ella era mi mundo. Fui, le hablé de la patada a Morales, me justifiqué,
pedí perdón y me quedé hablando. Recuerdo que analizamos a Maquiavelo en un estado de ebriedad evidente, el fin
justifica los medios. Le dimos vuelta a la frase durante horas, en una
conversación que tenía de testigo a un farol que daba luz amarilla en la parada
de bondi de Pilar, la Luna y nosotros dos abrazados a pesar de que nos habíamos
conocido esa misma noche.
Los días posteriores fueron de nerviosismo y mucha histeria.
Claro, yo nunca había estado con una mujer, nunca había salido con una y a mis
dieciocho años eso no era muy normal y hacía que mi inexperiencia me juegue una
mala pasada como un pibe que está verde para jugar un clásico o un equipo chico
que juega la Sudamericana por primera vez y se agarra a piñas hasta con el
utilero de los árbitros. Muchas idas y vueltas, salidas, charlas, autores.
Recuerdo hablar de Cortazar, de Borges, de Bukowski, de Tolstoi, Nabukov, podría
seguir un tiempo pero veo que ya te terminaste el fernet. ¿Querés otro o abro
una birra? ¿Seguro? Bueno, ahí va
Sí, después viene la historia conocida. Los dos años de
novio, qué locura. Eramos el uno para el otro, éramos carne, corazón y espíritu.
Éramos un conjunto hermoso, una orquesta vienesa, éramos la muestra cabal de
los milagros existentes y ella la demostración de que los ángeles son reales y
que la teología la vaya a buscar al ángulo que en esta, nosotros, los mortales
explicamos lo inexplicable. Cada mañana
era una charla especial, cada tarde era una risa mejor, cada noche era una
pasión más grande.
Pero, querido amigo, déjame decirte, no todo es perfecto.
Todo lo que puede salir mal, va a salir mal. Sí, ya sé que es un poco fuerte
pero es la verdad. No me calmo nada, estoy bien en serio. Sí, ya sé que es
pesimista, pero ¿qué le voy a hacer? Se fue con otro, y están bien. Todavía
están juntos, se aman, charlan de lo mismo que yo, y probablemente él la hace
diez veces más feliz y es por eso que tengo que aceptar mi derrota. Sí, es como
en el picado, si te pasearon tenés que irte con la cabeza en alto y aceptar la
humillación.
Claro, empecé diciendo por qué soy un pelotudo y que ella me
puede y todo eso, bla bla bla. Ayer fue el cumpleaños del Fede. No lo conocés,
es uno de los amigos de ella que después se hizo amigo mío por esas cosas de la
pareja. Era la primera vez que la veía desde aquella noche en la que me enteré
que era más parecido a un alce de lo que imaginaba, para serte sincero yo
estaba entero, duro, firme cual central del Ascenso. Pero nunca pude imaginar
lo que me iba a pasar cuando esa mirada me fulminó con crueldad y nostalgia de
viejos tiempos mejores. Ni hablar cuando pronunció sus palabras mágicas “sí,
existen. Este milagro se llama amor” y me rompió la boca de un beso en un árbol
viejo y oscuro como si estuviésemos tres años atrás, como si fuera una de esas
noches en las que nos fundíamos en uno, como si fuera aquel tiempo en el que analizábamos
autores y nos reíamos imaginándolos en situaciones cotidianas, no sé. Ahora discúlpame
que tengo que cambiarme, ¿a la previa? No, ni loco voy. Hoy me toca analizar a
Schopenhauer con un kilo de dulce de leche granizado. Qué sé yo, uno no puede
renunciar a sus creencias y su ingenuidad, a ver si este milagro se me da. Nos
vemos!
Ignacio Leiva, Villa Martelli, 29 de noviembre de 2017