domingo, 31 de marzo de 2019

Domingo


La resolana entra por la persiana entreabierta y en tus sueños empezás a ver claridad. Te incomodás, y decidis abrir los ojos. Nada, no pasa nada. Intentás volver a cerrarlos y proseguir con el sueño pero no, no hay caso: estás desvelado. Girás en tu cama queriendo escapar de la realidad, murmuras alguna que otra puteada pero el resultado sigue siendo el mismo: estás despierto. Con la mano izquierda intentás dar con tu celular que está cargandóse en la mesita de luz del costado. Se hace el rebelde, la puta madre. Te jurás que vas a comprar un cargador nuevo que la fichita no sea tan dificil de sacar. Apretás el botón del costado que desbloquea la pantalla. La luz te encandila, es muy temprano. La cabeza comienza a doler. El reloj marca las nueve y diez de la mañana. Hacés las cuentas rápido: si te dormiste alrededor de las seis, solo descansaste tres horas y diez minutos. Lanzás una puteada, intentás otra vez infructuosamente volver a dormirte y no hay forma. El domingo ha comenzado

Sacás las sábanas con violencia, descargando tu enojo en ella. Te parás y te tropezás con los zapatos de ayer. La camisa y el pantalón yacen quietitos en la silla, será cosa de otro momento. Se te parte la cabeza. Es hora de tomar un poco de agua, bueno, un poco es una forma de decir. Te bajás casi la mitad de la botella en menos de dos minutos. La resaca comienza a aminorar pero igual te sentís sucio, desprolijo, profano, mundano. Es hora de un café, dos tostadas y el diario. Te chupa un huevo todo lo que lees y las tostadas las comés hasta con desprecio. Ni mermelada le pusiste. La cara de orto es indisimulable y la vista está enfocada en un punto nulo enfrente tuyo que puede ser cualquier cosa. Te cepillás los dientes a desgano, te desnudás y te bañás. A ver si con esto se sale la sensación de suciedad que recorre todo tu cuerpo. No, negativo. La concha de la lora.

Te acostás de nuevo en tu cama. Probablemente tenés todavía la fantasía inutil de cerrar los ojos y dormir por lo menos dos horitas más hasta las doce. Sabés que no va a pasar pero igual lo crees. Ponés de fondo un partido de la liga de Italia y puteás que está ese italiano falso nacido en Gonzalez Catán relatando a la Juve hablando como Donato el de Masterchef. Abrís instagram, le hablás a la morocha de ayer, ves un par de historias, algún videito de mierda de algún estandapero y así intentás que el reloj corra un poco más rápido.

A la una te toca ir a jugar con los pibes el picadito semanal. Y sabés que no lo vas a hacer bien. Porque ya estás gordo, perdiste la calidad, y a los veintidos años el futbol todavía es muy físico para vos. Y cuando llega el momento ves que no le erraste. Jugaste para el reverendo orto y encima ellos te pegaron un paseo olímpico que no te vas a olvidar en la vida. Volvés en el bondi lamentando no haber sacado el registro cuando te dijeron que lo saques.  Llegás y tus viejos ya se fueron de la casa. Maldita soledad de domingo a la tarde.

Se hacen las cuatro y te disponés a conectar la computadora para ver como pierde tu equipo del ascenso. Lamentás no haberte hecho hincha de River, Boca, Racing o la mar en coche. Y encima por esta sociedad de mierda no podés viajar a la ciudad del Interior del país donde se juega el partido para poder verlo en vivo. Te quejás como si realmente fueses a ir. Te abrís una lata de Heineken pero ese olor te noquea. No más cerveza, la resaca vuelve a actuar. Durante el partido cabeceás una, dos, tres y hasta diecinueve veces. Otro cero a cero mediocre y a dormir una merecida siesta.

Siendo las siete de la tarde volvés a entrar a Instagram. Te ponés al día con las historias, likeas todo lo que tengas que likear y te fijás si te respondió la morocha. No. Seguro se avivó que sos medio feo o medio boludo o una mezcla de las dos, vaya uno a saber. Te bajás Tinder. Al pedo, sabés que no lo vas a usar pero igual es una manera de decir acá estoy, disponible, abierto al amor mercantilista y moderno.

Cenás con tu familia. Se ponen al día, se cuentan todo. O relativamente todo. Lo que se puede contar. Tremendo grandulón y no te animás a contar que te mamaste hasta la tanga, por favor, patético lo tuyo. Ponés una serie en la computadora que sabés que no la vas a terminar porque te vas a quedar dormido en menos de veinte minutos. Entrás a Instagram por si en una de esas, de milagro, respondió la morocha. No, visto. Dios y los milagros no existen. Te dormís puteando que mañana hay que laburar

El domingo, triste institución. Signo del fin, preludio de la tristeza del lunes que está por comenzar. El domingo, que tanto desprecio te da

Ignacio Leiva. 31 de marzo de 2019