La
resolana entra por la persiana entreabierta y en tus sueños empezás a ver
claridad. Te incomodás, y decidis abrir los ojos. Nada, no pasa nada. Intentás
volver a cerrarlos y proseguir con el sueño pero no, no hay caso: estás
desvelado. Girás en tu cama queriendo escapar de la realidad, murmuras alguna
que otra puteada pero el resultado sigue siendo el mismo: estás despierto. Con
la mano izquierda intentás dar con tu celular que está cargandóse en la mesita
de luz del costado. Se hace el rebelde, la puta madre. Te jurás que vas a
comprar un cargador nuevo que la fichita no sea tan dificil de sacar. Apretás
el botón del costado que desbloquea la pantalla. La luz te encandila, es muy
temprano. La cabeza comienza a doler. El reloj marca las nueve y diez de la
mañana. Hacés las cuentas rápido: si te dormiste alrededor de las seis, solo
descansaste tres horas y diez minutos. Lanzás una puteada, intentás otra vez
infructuosamente volver a dormirte y no hay forma. El domingo ha comenzado
Sacás las
sábanas con violencia, descargando tu enojo en ella. Te parás y te tropezás con
los zapatos de ayer. La camisa y el pantalón yacen quietitos en la silla, será
cosa de otro momento. Se te parte la cabeza. Es hora de tomar un poco de agua,
bueno, un poco es una forma de decir. Te bajás casi la mitad de la botella en
menos de dos minutos. La resaca comienza a aminorar pero igual te sentís sucio,
desprolijo, profano, mundano. Es hora de un café, dos tostadas y el diario. Te
chupa un huevo todo lo que lees y las tostadas las comés hasta con desprecio.
Ni mermelada le pusiste. La cara de orto es indisimulable y la vista está
enfocada en un punto nulo enfrente tuyo que puede ser cualquier cosa. Te
cepillás los dientes a desgano, te desnudás y te bañás. A ver si con esto se
sale la sensación de suciedad que recorre todo tu cuerpo. No, negativo. La
concha de la lora.
Te acostás
de nuevo en tu cama. Probablemente tenés todavía la fantasía inutil de cerrar
los ojos y dormir por lo menos dos horitas más hasta las doce. Sabés que no va
a pasar pero igual lo crees. Ponés de fondo un partido de la liga de Italia y
puteás que está ese italiano falso nacido en Gonzalez Catán relatando a la Juve
hablando como Donato el de Masterchef. Abrís instagram, le hablás a la morocha
de ayer, ves un par de historias, algún videito de mierda de algún estandapero
y así intentás que el reloj corra un poco más rápido.
A la una
te toca ir a jugar con los pibes el picadito semanal. Y sabés que no lo vas a
hacer bien. Porque ya estás gordo, perdiste la calidad, y a los veintidos años
el futbol todavía es muy físico para vos. Y cuando llega el momento ves que no
le erraste. Jugaste para el reverendo orto y encima ellos te pegaron un paseo
olímpico que no te vas a olvidar en la vida. Volvés en el bondi lamentando no
haber sacado el registro cuando te dijeron que lo saques. Llegás y tus viejos ya se fueron de la casa.
Maldita soledad de domingo a la tarde.
Se hacen
las cuatro y te disponés a conectar la computadora para ver como pierde tu equipo
del ascenso. Lamentás no haberte hecho hincha de River, Boca, Racing o la mar
en coche. Y encima por esta sociedad de mierda no podés viajar a la ciudad del
Interior del país donde se juega el partido para poder verlo en vivo. Te quejás
como si realmente fueses a ir. Te abrís una lata de Heineken pero ese olor te
noquea. No más cerveza, la resaca vuelve a actuar. Durante el partido cabeceás
una, dos, tres y hasta diecinueve veces. Otro cero a cero mediocre y a dormir
una merecida siesta.
Siendo las
siete de la tarde volvés a entrar a Instagram. Te ponés al día con las
historias, likeas todo lo que tengas que likear y te fijás si te respondió la
morocha. No. Seguro se avivó que sos medio feo o medio boludo o una mezcla de
las dos, vaya uno a saber. Te bajás Tinder. Al pedo, sabés que no lo vas a usar
pero igual es una manera de decir acá estoy, disponible, abierto al amor
mercantilista y moderno.
Cenás con
tu familia. Se ponen al día, se cuentan todo. O relativamente todo. Lo que se
puede contar. Tremendo grandulón y no te animás a contar que te mamaste hasta
la tanga, por favor, patético lo tuyo. Ponés una serie en la computadora que
sabés que no la vas a terminar porque te vas a quedar dormido en menos de
veinte minutos. Entrás a Instagram por si en una de esas, de milagro, respondió
la morocha. No, visto. Dios y los milagros no existen. Te dormís puteando que
mañana hay que laburar
El
domingo, triste institución. Signo del fin, preludio de la tristeza del lunes
que está por comenzar. El domingo, que tanto desprecio te da
Ignacio
Leiva. 31 de marzo de 2019